Si lo personal es político, lo político se torna personal.
En esta época, pasadas las PASO, y luego de un cimbronazo que nadie esperaba (porque ninguna encuesta ni siquiera se arrimó al resultado, obviamente) presenciamos cómo la miseria de los políticos asomó y se mostró en su esplendor. Después de perder en el juego democrático de las urnas, quien enviste la autoridad máxima del gobierno, el presidente, demostró lo bajo que se puede caer (mucho más que cualquier hijo de vecino) sin importar el cargo, que nada mejora.
Queda en evidencia que los políticos son personas más o menos comunes (al menos anatómicamente hablando), que se equivocan o aciertan, se enojan o alegran pero con el pequeño detalle de pretender estar por encima de la media, de tener una capacidad superior al resto de los mortales (motivo por el cual habría que elegirlos para que signen los destinos del resto de la sociedad) y poseer una sed de poder por encima de cualquier aspiración mundana. Hay que admitir que el resto de la farsa se cierra cuando la mayoría de la población deposita su fe en esta burla y participa del juego. Estas dos cualidades (creerse superior y la sed de poder) se manifiestan mucho más cuando las cosas no marchan bien.
El lunes después de las elecciones, vimos como todo se derrumbaba desde lo económico mientras un grupo de cínicos en lugar de calmar las cosas se dedicaron a apagar el fuego con nafta acelerando la debacle. Parece que a quien está habituado obtener todo lo que le viene en gana, le ha caído mal que no se haga su voluntad, motivo que consideró suficiente para castigar a toda la población simplemente no haciendo nada en términos de medidas que frenen el quilombo, ni hablar de prevenir o agitando una timba financiera que nunca nos beneficia pero que seguro pagamos el costo. Es decir, un grupito reducido de personas, decidió que había que castigar al soberano ya sea desde la política o desde el capital porque fue contrario en la decisión a sus intereses; intereses inmediatos ya que enseguida se adaptan y caen parados.
Ellos ganan o pierden en su ley y con sus juegos, sus reglas (incluidos el candidato que venía diciendo que el dólar estaba barato y el tercero en cantidad de votos, “suspendiendo la campaña” y pidiendo que se decrete la emergencia alimentaria), si no les gustan las cambian o las rompen sabiendo que el Estado en pleno les responde con legitimación institucional o fuerza.
Mientras estén ellos, nosotros siempre perdemos.