*“Dice mi pueblo que puede leer *
*En su mano de obrero el destino *
*Y que no hay adivino ni rey *
*Que le pueda marcar el camino *
Que va a recorrer.”
Dos de las características de la Argentina son la inflación y el desempleo. Las dos, son las mayores causas de pobreza y exclusión que esgrimen los “analistas políticos”.
Para paliar el problema de la pobreza, cada gobierno implementó distintos planes asistenciales. Quizás el más recordado sea el de las “cajas PAN” durante el gobierno de Alfonsín, que entregaba una caja de alimentos básicos a 1.200.000 familias. Desde ese gobierno que inauguró el último ciclo democrático hasta el día de hoy, los planes siguen creciendo. Según datos del observatorio de la deuda social, el último año la mitad de los/ argentinos/as recibió algún tipo de asistencia de parte del Estado. Desglosar los datos y ver quién recibe que cosa, si es a cambio de alguna prestación, si recibe más de una, si en verdad lo necesita, resulta tedioso y la conclusión no cambiaría, no solucionan nada a mediano plazo. Hoy, en el contexto de una pandemia y restricciones, claro que es necesario y ayuda, pero es una ayuda para sobrevivir, no la solución. El peor resultado de estas políticas es el de generaciones que sobreviven gracias a los planes sociales y alguna changa, cediendo cada día autonomía.
Los cambios en el mundo del trabajo dentro del capitalismo siguen generando desempleo y dinero sin que nadie “trabaje”, pero esto además de ganancias genera exclusión. Hemos hablado de esto en otra oportunidad1. Todavía no es un problema en este país, pero es algo que vendrá sin lugar a dudas. Lo que no podemos saber es cuanto afectará a los/as laburantes, tampoco a quienes, lo que sí se sabe es que hoy ya estamos al horno. Según la UCA, alrededor de 1 de cada 4 laburantes es pobre y el desempleo que llaman “real” ronda el 28%. Cuando el año pasado el gobierno pagó un Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), descubrió que las personas que cumplían los “requisitos” para cobrarlo excedieron sus cálculos y lo terminaron cobrando alrededor de 9 millones de personas.
La idea de la “renta básica universal” sigue siendo una quimera por estos pagos. En países del llamado primer mundo se sigue discutiendo y probando, pero basta decir que el ingreso debería superar o al menos alcanzar la línea de pobreza, algo que en este país parece una locura, ya que el salario mínimo no cumple con esos parámetros.
Casi todas las propuestas desde la política hablan de impuestos que, según de dónde vengan, serán mas o menos importantes y lo recaudado el Estado lo destinaría a distintas maneras de remendar la situación. Alguno pondrá en discusión la carga horaria de la explotación y otros, cómodamente repetirán slogans del tipo “destruir el trabajo” sin ningún tipo de propuesta. Eso de socializar los medios de producción o de vida parece haber quedado en el pasado.
Por ahora, las señales del gobierno sobre el tema del empleo no son para nada novedosas. Obra pública, alguna mención a reformas laborales y canalizar la precarización a través de las llamadas organizaciones sociales. Se podría mencionar el rol de las centrales sindicales en este tema, pero sería solo para acusarlas de complicidad o traición, algo que no sorprendería a nadie.
Las estructuras de las organizaciones sociales, siguen creciendo a un punto tal que algunas hoy forman parte del gobierno y manejan la asistencia y los distintos tipos de “trabajo cooperativo”. Cualquiera que conozca un poco de los manejos saben del clientelismo, la militancia rentada y son pocos los ejemplos que tienen para demostrar que sus programas “funcionan”. Más allá de las criticas por “derecha” que suelen hacerse a estos planes y a las organizaciones, la cantidad de “trabajadores de la economía popular” sigue creciendo y siendo parte importante dentro de la economía. Tanto es así que las consignas que levantan las organizaciones, son del tipo de “paritarias”, “créditos” o “personería gremial”. La última discusión entre éstos y el gobierno fue por la implementación de la “tarjeta alimentar”, un subsidio para comprar alimentos para gente que cobre “asignación universal”, pero que recorre otro camino, implica otra tarjeta de débito y es solo para compra de alimentos. Los principales referentes de las orgas, salieron al cruce de esta medida por un lado por el “prejuicio” que implica no dar dinero y dejar que cada familia lo administre y por otro vinculado al pedido de “trabajo” y no de más “asistencia”. Cuando estas organizaciones hablan de trabajo, en general se refieren a generar cooperativas de vivienda, limpieza, fábricas recuperadas, emprendimientos agropecuarios, etc., que reciban subsidios y tengan relación comercial con el Estado.
El mayor problema que podemos encontrar en este tipo de organizaciones y sus cooperativas, es que como en su casi totalidad basan sus recursos económicos en el Estado, esa “organización de los de abajo”, depende siempre de la voluntad del gobierno o de la presión política que se les pueda ejercer. Esto crea otro problema, que es el de intentar organizaciones que realmente no cuenten con fondos estatales y encontrarse que es muy cuesta arriba, sobre todo cuando se compara con las que tienen relación con el gobierno (sea para la compra de herramientas, insumos, tierra, etc.). Por último, al estar garantizado un “sueldo mínimo” desde la política pensado desde el “desarrollo social”, el resultado económico pasa a un segundo plano. Son pocas las experiencias que podrían compararse con una “del mundo real”.
No está demás decirlo, cuando planteamos estos problemas lo hacemos desde nuestro punto de vista, entendiendo que las organizaciones sociales o gremiales deben construirse y funcionar por fuera del Estado y en lo posible contra él. No por capricho, sino por convicción insistimos con la necesidad de una revolución social que intente terminar con la explotación en todas sus formas. El Estado nunca será parte de la solución, ni siquiera en una etapa transitoria.
El principal desafío para quienes queremos cambiarlo todo y de raíz, es si se quiere de falta de propuestas organizativas para los tiempos que corren.
Cuando el anarquismo fue realmente una posibilidad que logró hacer tambalear la estructura del Estado y el capital, fue en gran medida gracias a las organizaciones de trabajadores/as (o explotados/as, o proletarios/as, da la mismo), construcciones que llevaron años de militancia pero que contaron con la idea de un punto de partida claro. Hoy todo parece ser difuso.
Las organizaciones sociales de las que hablamos, tuvieron ese punto de partida claro. La exclusión que fue generando Argentina desde mediados de los 90, fue su motor ideológico. Con un concepto si se quiere marxiano (en realidad son orgas con esa cuestión argentina de mezclar a Marx, Cristo y Perón), de que las clases se construyen en la lucha, decidieron organizar desocupados/as, trabajadores/as informales, excluidos/as y a todo eso lo intentaron convertir en uno de los lados de la lucha de clases. “Nosotros decimos que somos el nuevo sujeto social capaz de cambio, los trabajadores fueron el centro de la lucha contra el viejo modelo capitalista. Para ese modelo los obreros eran el veneno. Para este nuevo sistema capitalista la marginación es el veneno. Y ahí tenemos que trabajar, ese es el nuevo sujeto social capaz de producir los cambios.” (Emilio Pérsico)
Pero un punto de partida, no marca un solo camino y tampoco un destino único. Hoy varios referentes forman parte del gobierno y desde ahí insisten con medidas de incentivo estatal, distribución del ingreso en busca de “construir una sociedad sin esclavos/as ni excluidos/as, una economía al servicio del Pueblo y una Patria justa, libre y soberana”. En definitiva, más Estado.
La idea de estos planteos no es sólo una crítica al anarquismo (si eso al día de hoy existe), o a cualquier movimiento que tenga un planteo revolucionario. Es mas bien intentar aportar a un debate que consideramos necesario. Con todas las diferencias que podamos tener, sabemos que hay compañeros/as participando en muchas instancias de conflicto, en distintos tipos de organizaciones, incluso en muchos de los reclamos donde la mayoría pertenecen a las clases medias (alimentación, género, ecología, etc.). La cuestión no es desmerecer algunas luchas, pero hoy no podemos ver ni el punto de partida, o en el caso de que no sea uno solo, tampoco vemos ese hilo conductor que nos proyecte a una propuesta revolucionaria.
La búsqueda quizás sea hoy el punto de partida.