41, 37, 35, 33 son números que solos no dicen mucho; Luis, Jorge y Amadeo, Armando, Carlos y José Luis, y por último Hugo… puede sonar un poco más simpático que solo números, pero no hablamos de las edades de estos muchachos. Barrionuevo, Viviani y Genta, Cavalieri, West Ocampo y Lingeri, y Moyano. ¿Ahora suena un poco más? Y para terminar de darle sentido a este párrafo, completamos la información en el mismo orden: gastronómicos, taxistas, municipal porteño, mercantil, sanidad, obras sanitarias y camioneros. Los números escritos arriba son los años que llevan cada uno al frente de su sindicato (41 años en un solo puesto seguro debe ser aburridísimo… a menos que…). ¿Qué dispara estas palabras? Para fines de julio, se da un acontecimiento rarísimo dentro de la fauna sindical y política de la región argentina (es más probable el avistaje de unicornios): un hombre de poder, solo renuncia a su cargo. Sin causas judiciales que lo acorralen e impulsen a tomar tal decisión, ni la cárcel misma que lo prive de ejercer tal sacrosanto cargo, y en el nombre de la humanidad, no le ocurra a ninguno de estos niños, tampoco porque sus afiliados simplemente ’eligieron’ a otro. Dice estar cansado y querer disfrutar de los suyos, lo que suena realmente razonable luego de 37 años al frente de los tacheros, o de cualquier trabajo. Luego trascendió que parece que la ley para regular las plataformas para transporte de pasajeros (principalmente UBER) está al caer, lo que haría que el sector, que ya viene cascoteado, sufra una merma aún mayor en los ingresos, con la lógica consecuencia de achicar la ‘caja’ de la cual hacerse. De hecho, se está negociando el poder pedir taxis a través de Uber ¿Fin del conflicto? Algún mal pensado creería que simplemente no quiere ser el padre de la derrota y por las dudas abandona el barco antes de hundirse. Todo un héroe. Esto nos funciona de disparador para pensar infinidad de cosas (al menos un par) que tienen que ver con lo sindical y la vida laboral de muchos/as de nosotros/as. Hagamos algo de historia, rápido y seguramente más o menos, y luego retomamos.
En 1857 se crea en Buenos Aires la primera organización obrera del país, la Sociedad Tipográfica Bonaerense, que muta en el primer sindicato para 1877 con la sola misión de negociar salarios y condiciones laborales. La organización a través de los sindicatos con una finalidad superadora de solo conquistas inmediatas en esta región, es importada en barco desde Europa para fines del Siglo XIX y con un signo que oscilaba entre el socialismo revolucionario y el anarquismo. Historia conocida es la visita de Malatesta por estos lares (1885), trayendo consigo ideas organizativas, a punto tal de ser uno de los precursores de la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos (la primera sociedad de resistencia-1887), de la cual redacta sus estatutos, y cuyo impulsor fuera otro italiano, Ettore Mattei. Para tener dimensión de que se hablaba en aquella época, solo pondremos el primer artículo de dicho estatuto:
“Lograr el mejoramiento intelectual, moral y físico del obrero y su emancipación de las garras del capitalismo”… nada, una pavada, ponerles nombre a las facturas y lograr la revolución social.
¿Y en qué andaba la patronal? Para esta época ya estaban organizadas la Sociedad Rural Argentina y la Unión Industrial Argentina plantándose frente a la fuerza que comenzaba a realizar la organización de los trabajadores, y hacían uso de su poder presionando a los gobiernos para reprima o expulse a todo aquel que asome la cabeza. A continuación una pequeña muestra:
Reglamento de la Unión de Fabricantes de Fideos redactado en la década de 1890:
“6. Ninguna de las fábricas asociadas, admitirá reclamación que venga por la sociedad de obreros o por imposiciones en masa de sus operarios y solo atenderá reclamos hechos individualmente. (…)
“8. Cuando se produjeran huelgas en las fábricas asociadas, se anotarán en secretaría los nombres de los huelguistas y por el término de 6 meses, ninguna fábrica podrá ocuparlos”.
Parecido a lo que quieren los empresarios, o ya hacen de hecho, 130 años después.
Con el correr de los años, la constante llegada de inmigrantes (muchos de los cuales venían perseguidos por su actividad social o por el hambre) y la encarnizada explotación de los laburantes a manos de sus patrones, las sociedades de resistencia fueron floreciendo y con ellas el conflicto social. Para 1901 se funda la FOA (Federación Obrera Argentina) que pronto muta en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina - 1904). Conformada por laburantes de distintos sesgos ideológicos como el anarquista y el socialista, los conflictos intestinos no se hicieron esperar, y aquel que rompe por primera vez a la FOA sucede muy pronto, en 1902 y concretándose en 1903, llevando a los socialistas a formar la UGT (Unión General de Trabajadores). Sabido es que el socialismo, abandonando su faceta revolucionaria y mutando en evolucionista, veía que la solución a los problemas de la clase habría de encontrarse en el congreso y por etapas, siendo el Partido Socialista la voz de los desposeídos en el parlamento y relegando la función del sindicato a la mera discusión salarial y de mejoras inmediatas (como retroceder unos años… o avanzar otros tantos), para lo cual requería de la llamada neutralidad ideológica. Por ello, continuamente tentaron a la FOA a hacer causa común, recibiendo una y otra vez la negativa, principalmente de los anarquistas dentro de la federación que veían en la neutralidad del sindicato el abandono de las más altas aspiraciones de la clase trabajadora. Dicha neutralidad, que no es tal porque donde se piense una finalidad, hay una idea que rige y guía el camino, sólo que en principio reza que el sindicato no levante ninguna ideología. Esta discusión se dio incluso entre anarquistas (y a nivel internacional también), que pensaban que el hecho de levantar una bandera específica ahuyentaría a muchos/as trabajadores/as atentando contra la unidad de clase.
Para 1904 se celebra el IV Congreso de la FOA con avances importantes en la organización como aprobarse el “Pacto de solidaridad” (ante cualquier conflicto de una Sociedad de Resistencia, las demás acudían en su apoyo, ya sea con dinero, alimentos o la huelga revolucionaria) y se agrega la ‘R’ (Regional) a la sigla como gesto de solidaridad internacionalista, más allá de las fronteras que demarque un Estado. También se sientan las bases para que dentro del sindicato se contengan las necesidades y las aspiraciones de la clase trabajadora.
Para 1905 en el quinto congreso, se agrega la declaración de principios “que aprueba y recomienda a todos sus adherentes la propaganda e ilustración más amplia, en el sentido de inculcar en los obreros los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico. Esta educación, impidiendo que se detengan en la conquista de las ocho horas, les llevará a su completa emancipación y por consiguiente a la evolución social que se persigue” (V Congreso de la FORA), clave en la disputa que, para el noveno congreso, escinde a la FORA en dos.
Para llegar a este acontecimiento, el camino es recorrido a través de infinidad de huelgas, que la federación siempre pugnó por que sea revolucionaria, y su correlato en sangrientas represiones por parte de las fuerzas del orden a cargo del Estado, el cierre de las prensas obreras, el allanamiento de locales y miserias varias. Por caso, la huelga de inquilinos/as, la masacre del centenario, la ley de Defensa Social que suspendió la libertad de imprenta, el derecho de manifestación, de asociación y de reunión (desde 1902 ya estaba vigente la ley de Residencia), y más.
Para 1910 la UGT muta en la CORA (Confederación Obrera Regional Argentina) y para 1914 acuerda disolverse para entrar en bloque a la FORA. Obviamente, quilombo. El IX Congreso, que se celebra en 1915, marcará el quiebre más importante en la historia de la Federación al pretender bajar la recomendación finalista del comunismo anárquico: por un lado, quienes agitaban la neutralidad ideológica, se agrupan en la FORA del IX° Congreso y pasan a ser los novenarios, y por otro, quienes sostienen la finalidad, en la FORA del V° Congreso pasando a ser conocidos como los quintistas. Como ya dijimos, anarquistas había en los dos grupos, no era exclusivamente socialista la del noveno, sino que crecía en su seno la corriente del sindicalismo revolucionario, que agitaba la neutralidad ideológica pero incluso prescindiendo del partido socialista, que con el tiempo demostraría que con esa neutralidad solo se alejaría más y más de la clase a la que decía representar, hecho hartamente demostrado con su actuación en la conocida Semana de Enero (llamada Semana Trágica por la prensa burguesa - 1918, 1919) en los Talleres Vasena. Desde no llamar a la huelga a mandar a trabajar boicoteando la medida de fuerza adoptada por los quintistas, siendo que los metalúrgicos estaban adheridos a la del noveno (unos capos), pasando por abandonar la acción directa para negociar con los patrones aceptando al Estado de mediador, a sacar comunicados indignos, esbozando argumentos de la patronal y el gobierno, como el de elementos extraños a los trabajadores (que invitaba a hacer uso de la Ley de Residencia y expulsar compañeros/as por ser inmigrantes). Otro tanto en los sucesos de 1920 en la región patagónica, que terminan con la masacre de 1500 obreros/as para 1922, donde otra vez los/as laburantes afectados pertenecían en adhesión a la FORA del IX, pero es la del V la que responde al pedido de apoyo, siendo que los novenarios no querían arruinar su relación y los canales de diálogo con el gobierno de Irigoyen… la neutralidad ideológica y su concepto raro de representar y unir a la clase trabajadora.
Luego de los fusilamientos, los sindicatos intentan nuevamente crear una central sindical única fracasando en el intento, pero qué, como resultado, se dio la disolución de la FORA del IX Congreso y la creación de una nueva central: la Unión Sindical Argentina (USA), dominada por los sindicalistas revolucionarios.
Para 1926, se acaba el amor entre los sindicalistas y los socialistas, yéndose estos últimos a formar la COA (Confederación Obrera Argentina), con menos sindicatos que la USA pero con un par de los más fuertes: la Confraternidad Ferroviaria y la Unión de Obreros Municipales.
Se inicia en esta década de posguerra una etapa que se conoce como Industrialización por sustitución de importaciones que requiere de mayor cantidad de mano de obra que, con el advenimiento del fordismo (modelo de producción en cadena, el “obrero masa” y la sociedad de masas), comienza a reestructurarse la sociedad en general y el trabajo muta de artesanal a industrial. Los sindicatos en particular cambian de organizarse por oficio (sistema utilizado por la FORA y la USA que generaba sindicatos por oficio que luego se unían a la Federación -Ej: plomero, pintor-; los cotizantes se unían al sindicato) a realizarlo por rama industrial nacional (los distintos oficios dentro de un sector de producción por ejemplo, sin importar la tarea que desarrollen, se sindican junto con todos los obreros que trabajen en el mismo sector -Ej: construcción-; surge la idea de Unión, donde los cotizantes se unen directamente y a nivel nacional), que comienza con la COA pero que termina adoptando todo el sindicalismo de esta región en la década del 30, ya que se formulaba verticalista (aparecía la idea de delegados locales y secretario general elegido a nivel nacional) y con ‘cajas’ mucho más grandes… zanahoria perseguida al día de hoy por los sindicalistas: reducción del número de sindicatos, más adheridos, más guita.
El golpe militar, a cargo de José F. Uriburu en 1930 encuentra al sindicalismo atomizado en cuatro centrales: la USA, la COA, el Comité Nacional de Unidad Clasista (pequeña central comunista) y la FORA. Esta última, es declarada ilegal y sus miembros pasados a la clandestinidad, hecho que, sumado a la represión constante, mermaron las fuerzas de la federación, evidenciando que no fue un simple cambio de ideas de la clase.
Tres semanas después del golpe y apurado por este, el 27 de septiembre, se fusionan la USA y la COA conformando la CGT (Confederación General del Trabajo), funcionando rudimentariamente hasta que se fue aceitando y el 1° de mayo de 1936 se da su Congreso Constituyente. Se presentó como central vertical, burocrática y conciliadora de clases frente a la FORA anarquista horizontal, asamblearia y de acción directa. Si bien tradicionalmente en el sindicalismo argentino primó el sindicato único (podían dividirse las centrales por las distintas corrientes ideológicas, pero no los sindicatos), la CGT generalizó el sindicalismo unitario por rama nacional, además de darle un nuevo enfoque nacionalista, abandonando el internacionalismo, y el desarrollo de la obra social (ofrecer salud y turismo social, mucho más lindo que revueltas y prisión) por parte de los sindicatos. Es en ese primero de mayo, el primer acto sindical de la región dónde se canta el himno nacional argentino en lugar de La Internacional y se cambian las banderas rojinegras por banderas argentinas. La nueva central viene a sintetizar las aspiraciones de cierto sindicalismo que alejado de todo lo que se diga revolucionario (aunque se seguía auto percibiendo revolucionario), siempre pugnó por acercarse al Estado, aceptándolo de mediador, y hacerse de cierto poder político. No negamos que bajo esa forma se hayan conseguido conquistas inmediatas (sábado inglés, vacaciones pagas, preaviso al despido, indemnización por despido), pero si que se abandona la aspiración más grande de la clase trabajadora que es su emancipación a través de una revolución social; es aquí donde se comienza a ver claramente el crecimiento de la labor sindical como un ‘ismo’, o sea, el sindicato deja de ser una herramienta válida para lograr un fin superior y pasa a ser el fin en si mismo: lo importante es el sindicato. Claro, y su caja.
Para 1943, golpe milico mediante (deporte nacional), se da fin a la llamada década infame comenzada por el golpe de Uriburu en el ‘30. Estos nuevos milicos, más buenos (¿?) y que son bien recibidos por las centrales obreras, que en ese momento se encontraban divididas en CGT N° 1 (socialistas) y CGT N° 2 (socialistas y comunistas), comienzan por perseguir y prohibir al comunismo dentro de estas, donde la última pasa a ser clausurada. Por obvias razones, muchos sindicatos se unen a la CGT N°1, ya quedando como única.
Transcurriendo diciembre de ese año, algunos líderes sindicales se reúnen con el teniente coronel Ramón A Mercante y su amigo Juan Domingo Perón, quienes les proponen que Departamento Nacional de Trabajo pase a ser Secretaría y que Juan Domingo esté al frente. Comienza una simbiosis que dura inalterable, parece, al día de hoy.
Si bien la historia demuestra que son los sindicatos los que elevan a Perón, incluso hasta la presidencia, por medio del Partido Laborista, cuyo presidente era un sindicalista, es Perón al mismo tiempo quien le da forma y fuerza a los sindicatos que conocemos actualmente a través de la Ley de Asociaciones Profesionales dictada en el 45’ siendo secretario de trabajo.
El Decreto-Ley 23.852 introduce por primera vez en la legislación argentina a las organizaciones sindicales; impone el sindicato por rama de actividad, sin distinción de oficios y categorías. Se termina así con las tradicionales sociedades gremiales y de resistencia, y se adecua la organización sindical a una sociedad más industrializada que artesanal.
En esta ley se establece una real dependencia de los sindicatos frente al Estado a través del control que el Poder Ejecutivo ejerce sobre los ingresos y gastos de la organización gremial, y la capacidad del Ministerio de Trabajo y Previsión para retirar u otorgar personería gremial a las organizaciones obreras, es decir, es el Estado el que dice quien puede sentarse a negociar y si tal medida de fuerza es legal o no (hoy lo vemos reflejado en si hay descuento salarial luego de una medida de fuerza por ejemplo).
Por otro lado, el otorgamiento de personería gremial a un solo sindicato por rama de actividad con la supuesta idea de impedir la atomización de los sindicatos, pero negándosela a sindicatos menos representativos o disidentes, afirmando desde el poder la voluntad de estructurar un movimiento sindical unido y ‘del riñón’.
La posibilidad de participar en política, que la ley otorgaba a los sindicatos con personería gremial (claro, a los amigos), es la medida más ‘radical’ de la nueva ley. El sueño de los socialistas se iba realizando, pero… el peronismo acaparó todo transformando ese sueño en la pesadilla que los/as anarquistas de principio de siglo anticipaban. La verdadera traición era la llamada neutralidad ideológica y el abandono de los valores y principios que levantaban, no en nombre de un partido o un líder, sino de todos/as los/as laburantes y la idea de liberarse del yugo de la patronal parásita.
Creado un nuevo lugar de poder, el sindicalismo abandonó la lucha por la emancipación de la clase a la que dice representar, para solo pelearle a la patronal por reivindicaciones que las bases le imponen a la fuerza o por conveniencia coyuntural, y cuidar el kiosco propio, perpetuándose con el beneplácito del poder político que más temprano que tarde, reclama devolución de gentileza y alguna que otra reformita laboral. Y funciona: 41, 37, 35, 33. Muchos de los muchachos que mencionamos al comienzo de estas palabras (y otros más también), son hoy, más empresarios que laburantes por lo que ante un creciente reclamo de sus propios trabajadores, funcionan primero, como dique de contención y apaciguamiento.
Más allá de gestas que se han dado a lo largo de la historia, donde los/as laburantes donaron sangre para enfrentarse a las sucesivas dictaduras, son muy pocos los dirigentes de ese nuevo sindicalismo que pusieron de la suya; más empeño han puesto en la lucha por el control del sindicato, soldados mediante, que garantice el puesto de poder. Hoy más que nunca, se ve como proliferan trabajos precarizados, pandemia mediante, que, aunque les llamemos esenciales (como los repartidores y mensajeros), solo parece una terrible muestra de cinismo social, que además, en cuanto comienzan a organizarse por su cuenta, no tarda en caer el bardo con la respectiva burocracia sindical que se confunde en si defiende sus privilegios o a las empresas. Algo así como ‘Dime en que rubro estás y te diré con quién tendrás quilombo’.
Si bien es innegable que se lograron avances en “derechos” para la clase trabajadora (aguinaldo, indemnizaciones, obra social), también es innegable que el capitalismo y la idea de democracia lograron trastocar las cosas de manera tal que lo mínimo que requiere una persona para vivir dignamente (ojo, no sobrevivir) se concibe como un derecho a ser legislado por quien no padece esa ausencia; que hoy pensemos que el empresario “da trabajo” como si lo tuviese guardado en su casa y lo otorga de onda a un/a laburante, en vez de entender que si genera ese puesto es porque gana sobre la explotación de quien ejecuta la labor; que la organización de quienes garantizan la reproducción material de la vida solo se circunscriba a reclamar mejoras inmediatas en lugar de ir por todo lo realizado, construido… por todo lo existente.