[…]La palabra “revolución” es, a buen seguro, una de las que más han perdido su exacta significación a las circunstancias de tiempo y de espacio. Tanto es así que tal acontecimiento que en una época determinada y en el seno de circunstancias definidas hubiese constituido una “revolución”, no deberá ser tenido por tal en toda otra época y en el seno de las demás circunstancias. […]
La Historia ha registrado numerosos hechos calificados de “revolución”. Y no sin razón se les ha designado así, habiendo producido la subversión más o menos considerable que engendraban en la hora y en las condiciones en que estallaban. Iguales hechos o análogos, si se produjesen en nuestra época pasarían como simples y poco profundas reformas sufridas por el orden social actual.
El error de las revoluciones pasadas
La experiencia ha establecido que estos acontecimientos sin profundidad real, sin resultados positivos no han sido más que crisis pasajeras, provocadas por un estado de fiebre momentáneo; habiendo decaído la fiebre y finalizada la crisis, el estado de cosas anterior es restablecido más o menos pronto, sin que haya sido seriamente transformado. En el pasado, han sido numerosas las revueltas, las insurrecciones, las sublevaciones populares dirigidas contra los principios y las instituciones reinantes en el orden existente; pero la casi totalidad de estos movimientos se ha reconocido impotente para realizar el fin señalado, porque estas revueltas, estas insurrecciones, estas sublevaciones populares atacaban a los efectos aparentes, descuidando la causa, entonces ignorada, de estos hechos; de suerte que al no ser suprimida la causa, los efectos no tardaban ─y era inevitable─ en reaparecer. […]
El error en que han incurrido todas las revoluciones pasadas es de haber limitado su esfuerzo a un objetivo parcial, cuando era indispensable extenderla a un objetivo total. Unas han sido exclusivamente morales, específicamente políticas o únicamente económicas, las otras. Todas se han descuidado de romper, en una organización donde todas las instituciones que proceden del orden moral, político o económico, están, indisolublemente asociadas, el vínculo que las une estrechamente, las suelda y las ajusta en un todo homogéneo y compacto. De este error ha resultado que, debilitada en ciertos puntos la organización social existente, se ha encontrado en la necesidad de fortalecerse en otros, a fin de que, roto, más o menos profundamente por la sacudida revolucionaria, el equilibrio indispensable de la vida de toda sociedad sea restablecido en un tiempo más o menos largo.
Revolución Social
De las precedentes constataciones y aplicando estas observaciones a los tiempos actuales, se desprende que, en el presente, toda revolución que destruye una parte de la estructura social, dejando en pie la otra parte, no será más que una media revolución, una revolución frustrada.
No es sin motivo que, en este artículo, la palabra “revolución”, es acompañada de la palabra “social”. Este adjetivo tiene por objeto calificar con un término preciso la revolución que está en vías de preparación, encaminada. Respondiendo a las necesidades del momento, inspirándose en las necesidades, en las aspiraciones y en la voluntad de la humanidad, llegado el siglo XX, fluyendo un estado social, donde los problemas políticos, económicos y morales, se entrelazan a tal punto que no podrían separarse más que por las necesidades de una clasificación artificial destinada exclusivamente a facilitar su estudio, la revolución que se impone será “social” o no será. Esta revolución social tendrá por objetivo y deberá tener por resultado el romper el contacto social que actualmente codifica las relaciones de toda clase que la complejidad de la vida individual y colectiva a cada uno y a todos, y de establecer un contrato social enteramente nuevo con principios totalmente opuestos a los del contrato actual. Imaginar y admitir que tendría que hacerse de otra manera, sería dar prueba de una imperdonable inexperiencia o de un inexcusable candor. […]
Entendido sostener que, teniendo por finalidad destruir completamente el edificio social, ni deberá descuidar, ni respetar, ni ahorrar parte alguna, a fin de que no quede piedra sobre piedra.
La palabra revolución es sopeteada
[…]No se abusaba de esta palabra, mientras que los que se exponían a pronunciarla o escribirla ─algunas unidades en la inmensa multitud─, se sentían débiles al pensar con las fuerzas incalculables que evocaba su violenta irrupción, la explosión brutal y el desencadenamiento tumultuoso en la vida de los hombres. Los que tenían la audacia de proferirla públicamente tenían conciencia de que esta palabra es de las que no se deben pronunciar a la ligera, porque sintetiza todo un mundo de destrucciones y de trastornos, la miseria y la esclavitud y a hacer brotar de estas ruinas necesarias una nueva vida hecha de bienestar, de libertad y de armonía. También había que ver el estado de espanto que suscitaba en el mundo de los privilegiados esa palabra terrorificante y preñada de catástrofes: “revolución”; pero también, y en contra, la emoción profunda y el palpitar de esperanza que esta palabra mágica hacía descender al corazón de los desheredados.
¡Desgraciadamente ya no es así! Todos los escritorzuelos que depositan en los periódicos sus excrementos y todos los sonoros y vacíos discursos de parlamento y de reunión pública prodigan, con pluma y boca que quieres tú, esa palabra: “revolución”, tan rica, no obstante, de amenazas contra los unos y de promesas para los otros. Todos la emplean, o, más exactamente aún, la explotan fraudulentamente.