Reforma previsional y laboral; ordenamiento fiscal; saneamiento de las cuentas; sinceramiento de la economía y de las tarifas… pareciera un gran plan para un país desordenado como este, pero no deja de ser un eufemismo, una forma de disimular, encubrir, mentir, que utiliza el Estado acerca de lo que realmente se hace. Todos estos títulos describen una sola cosa: un robo.
Sin ser economista, cuando una reforma o medida de cualquier tipo le genera al Estado un ahorro, uno puede darse cuenta que es guita que no pone y si no la pone, alguien no la cobra. Pero el problema no es sólo del monto ‘ahorrado’ sino sobre quien se carga ese ahorro. Para cualquier capitalista es sencillo encontrar a esos ‘alguien’ sobre quien apoyarse para mantener sus privilegios: los/as más débiles.
Pero no decimos débiles por carácter, personalidad o potencia de cada uno sino por la fuerza que pueden ofrecer como grupo social, para lo cual el objetivo es claro: jubilados/as, pibes/as, discapacitados/as. Estos grupos son considerados por el Capital como un ‘gasto’ (debido a que no producen) y desde Mauricio Macri hasta la presidenta del FMI, Christine Lagarde, los gastos hay que bajarlos hasta eliminarlos ¿Qué tensión pueden generar los jubilados sobre el Poder? ¿Hacen paro? ¿Qué herramientas de presión poseen para ser invitados a una mesa de discusión sobre su salario? Quizás algunos recuerden el reclamo de ‘450’ en los años noventa y las marchas de jubilados todos los miércoles ¡durante cinco años! Para ellos estas medidas son, literalmente, como robarle el caramelo a un nene. ¿Por qué un robo? Porque es su plata, nuestra plata, nuestro trabajo y tiempo. Somos, nos guste o no, los/as únicos que producimos esa riqueza que no decidimos cómo se va a gastar. ¿Qué laburante le sacaría el salario a los viejos, la comida a un pibe o el sustento a alguien que no puede adquirirlo por sus medios? Ser político es ser capaz de hacer eso diciendo que es por nuestro bien.
La canallada no tiene límite cuando se le apunta al más débil y este gobierno al igual que todos sus antecesores no duda un instante. Como dijera la ministra de trabajo del gobierno de la Alianza, a finales de los noventa, Patricia Bullrich, (sí sí, la misma) tuvieron “la valentía” (no es una exageración, es literal) de bajarle un 13% a los jubilados y pensionados y acto seguido eliminaron las contribuciones patronales. Pero tampoco fue una genialidad de ‘La Piba’. En el año 1973, la jubilación era del 70% del salario y se eliminaron las contribuciones patronales; en el 76 se reestructura la jubilación a la baja, principalmente corriendo a los sindicatos de la discusión y en 1980… vuelven a eliminar las contribuciones patronales. Además, se amplía la edad jubilatoria, con la trampa implícita de que es optativo. Lo que no comentan francamente es que si uno acepta el retiro anticipado (que es la edad jubilatoria actual), percibe un porcentaje menor de pago. En octubre de 2010, CFK veta la lay del 82% aduciendo que, de pagar, quebraría el Estado.
¿Qué tendrá que ver este raconto histórico con la actualidad? Suben el porcentaje de la jubilación al 82% pero no sobre el salario aportado mientras se estaba activo, sino sobre el mínimo que, como todos sabemos, está muy por debajo de la línea de pobreza. El 18 de diciembre, entre gallos y medialunas, imponen en el Congreso, es decir democráticamente, que la fórmula para el cálculo de las jubilaciones se modificará de manera tal que le producirá al Estado un ahorro de 100,000 millones de pesos pero que al mismo tiempo beneficiará a los jubilados, pensionados, beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo (AUH), ex combatientes (???). Al día siguiente, se reducen los aportes patronales argumentando que el trabajador es un gasto para el empresario, y no sólo es un gasto, sino ‘El Gasto’ a bajar en nombre de la competitividad regional y el atractivo para las inversiones extranjeras que nunca vinieron. Pero no termina aquí. El próximo paso es la reforma previsional donde se modifican las edades jubilatorias (se elevan) y se permite un retiro ‘anticipado’ con menor porcentaje. Es decir, después de toda una vida de expoliación y explotación, el Estado no nos deja ir a casa sino que pide más. Además, está a la vista una reforma laboral que, en principio, hubiesen querido presentar a los inversionistas (buitres) en el Foro de Davos, pero que debido a las jornadas del 14 y 18 de diciembre no se atrevieron a presentar por el costo político; que le habría insumido otra represión salvaje en plaza de Mayo. Esto no es algo muy distinto de la llamada flexibilización laboral de los años noventa: contratos sucesivos sin pase a planta permanente, salarios a la baja, reforma en cuanto a la cobertura de las Aseguradoras de Riesgos de Trabajo (ART) y de las leyes que atañen a los juicios laborales (a favor de los empresarios, obviamente). La diferencia se centraría en que, ante los ‘carpetazos’ a los caudillos sindicales y la continua amenaza de cárcel, les cierra mucho más negociar rubro por rubro que encarar la reforma de todos los convenios juntos. Pero ¿Por qué funcionaría esto? Porque como es sabido, los ‘líderes’ sindicales están hasta las manos y no resistirían la más mínima investigación seria. Es decir, con estos actores y este sistema, los que estamos hasta las manos somos todos nosotros; siempre perdemos. Esto nos muestra de alguna manera los ciclos del Capital y como el Estado, su perro guardián, ejecuta lo que sea necesario (leyes, persecuciones, represión) para que los costos de estas idas y vueltas no las pague el amo sino el siervo.
Desde el comienzo de este gobierno, todas las medidas parecían dirigirse por un sólo camino: el ajuste. Además de los aumentos siderales de servicios (luz, gas, agua) y la inflación descontrolada se suma, para mejorar la situación, un pretendido techo a las paritarias, es decir, aumentan todo y mantienen los salarios en el mismo nivel. El resultado de este combo es la pérdida en el poder adquisitivo de las que laburan y con ello, la caída de la calidad de vida, que no era precisamente la mejor. Con argumentos de comparación regional y del mundo, nos convencen de hacer el esfuerzo de pagar combustible, transportes y hasta alimentos más caros, mientras se gastan la guita en trolls que les permitan mantener alta su imagen en las redes, sembrando el odio entre las personas y dándole entidad más que nunca a la famosa grieta. En el juego político se juega también el manejo del Capital y el control de las vidas de todos, juego al que no se nos invita.