De la infinidad de medidas económicas que podrían tomarse en torno a los costos de producción, parecería que la de bajar los salarios es la que más simpatiza a empresarios y políticos con la venia, por supuesto, de los sindicatos. Y no es una exclusividad argentina esta trampa en nombre del crecimiento y la mejora. Hace muy poquito, hemos sido testigos de la reforma laboral brasilera, donde es muy sensible el atropello a los/las laburantes: desde acuerdos por sector o empresa por sobre los convenios colectivos, hasta jornadas intermitentes, vacaciones fraccionadas, negociaciones por fuera de los sindicatos (con los sindicatos que tenemos en nuestra región no sería tan malo, pero entiéndase que funcionando la herramienta, la unión hace la fuerza) y flexibilización de los despidos con los costos del juicio ¡a cargo del trabajador!. Pero lo más rancio de todo, es que la empresa puede tercerizar hasta su propia producción contratando otras firmas, que seguramente son propias, para que, con trabajadores/as más ‘baratos’, obtenga más ganancias.
Absurdos como la ‘teoría del derrame’, es decir, si el empresario gana un montón, en un momento va a empezar a compartir esas ganancias excedentes con los/as trabajadores/as (¿?), se esgrimen continuamente para convencernos que tenemos que hacer el esfuerzo de que al dueño del trabajo le vaya bien, para luego disfrutar de lo que le sobra si es que desea compartirlo. Otro caballito de batalla de la economía moderna es la competitividad, que junto con la globalización y apertura de importaciones, nos ponen de cara al mundo a la hora de comparar costos. ¿Cómo competir con un gigante como China que además de manejar volúmenes impensados para nosotros reduce casi a la esclavitud a sus trabajadores? Sin ir más lejos ¿y con Brasil? Entonces comienzan los cierres de fábricas con sus despidos correspondientes, a lo que, desde este gobierno se responde con ‘reconvertir la empresa’. Para los economistas, una máquina u otra son lo mismo, al igual que un trabajador, simplemente “factores de producción” y estos pueden moverse a donde se los necesite. Hemos escuchado la desesperación de obreros/as por la pérdida del trabajo y la respuesta de ‘fabriquen otra cosa’ no se hizo esperar. ¿Cómo producir un buque con maquinaria textil? ¿O tornillos con una embotelladora? Si por competitividad no se puede fabricar un producto ¿quién compraría esa máquina? No les importa realmente que antes de la reconversión puedan pasar meses o años, si es que esta es realmente posible, y ¿Cómo alimento a mi familia mientras? No les importa.
Es en nombre de la competitividad y la creación de puestos de trabajo que la reforma laboral les resulta indispensable. Tampoco es una exclusividad de este gobierno dicha medida, que en nuestra región tiene antecedentes con resultados de los más nefastos. En 1973 se firma el “Acta de Compromiso Nacional” que a instancias de la C.G.T., suscribe con el Gobierno Nacional y la Confederación Nacional Económica. De allí sale un anteproyecto de ley que sufre modificaciones (para peor, obvio) y en 1974 se la aprueba como Ley de Contrato de Trabajo. En 1976, con el ascenso de la dictadura, es reformada esta ley, eliminando 25 artículos y reformando otros 97. Sí, claro, para peor. Y no es reformando leyes laborales únicamente que pueden obtener más beneficios de los trabajadores. Durante los años 80 se dio una devaluación y una consiguiente inflación (híper inflación para finales de los 80) que resultó en la lógica caída del poder adquisitivo. En criollo, con una devaluación, sin tocar el valor nominal del salario se logra que este valga menos comparado con el famoso dólar y en la góndola.
Los 90’ comienzan con un decreto que inaugura lo que se dio en llamar “servicios esenciales” que obliga a los sindicatos ante una medida de fuerza, garantizar servicios mínimos. En 1991 con la llamada “Ley de Empleo”, se redujo la indemnización común por despido, se incluyeron los llamados “contratos basura” y se creó el inútil Consejo del Salario Mínimo. El argumento para esta reforma suponía que “bajando” los niveles de protección del trabajador, se estaría fomentando el empleo. También se permiten, por un vacío legal, los convenios por empresa (ejemplo General Motors- Smata (Córdoba) año 1993) ¿Suena familiar? La desocupación pasó del 7% al 13% en un año. Para 1995, con la llamada Ley de Flexibilización de Contratos de Trabajo, aparece por primera vez en la Argentina un período de prueba de tres a seis meses en los contratos y el “Contrato de Aprendizaje” sin ninguna protección. Entre las maravillas de este período se implementa un nuevo régimen de Concursos y Quiebras que incluye a los trabajadores y con ello se los obliga a participar de las pérdidas de los acreedores del empleador. Una genialidad. Para el año 98 y con la famosa Ley Banelco ya contábamos con 18% de desocupación. En mayo del 2000 se vuelve a reformar la reforma y entre otras cosas se extiende el período de prueba de seis a doce meses. Para finales del 2000 se da por decreto la reforma previsional y en junio de 2001, como cortina de humo del malestar social y económico, se encarcela al ex presidente Carlos Menem, quien a la brevedad recuperaría su libertad. A fin de año, ya insostenible la situación, todo explota.
Con la debacle del 2001 sale todo mal: salida de la Convertibilidad, devaluación, aumento de la desocupación y a la lona. En enero del 2002, es sancionada la Ley de Emergencia Económica, que contenía una medida novedosa: la doble indemnización. Obviamente, la intención era frenar los masivos despidos que profundizaban la crisis económica, pero por un plazo de 180 días. La medida llega hasta el presente con algunas modificaciones. Luego, en 2004, comienza un período que algunos llaman de anti flexibilización, que son una serie de medidas judiciales y ejecutivas benefactoras de los trabajadores en principio (es disminuida la doble indemnización de un 100% a un 80%, nunca se derogan los tres meses de prueba por ejemplo y el Estado es el principal contratante en negro y de monotributistas), orquestadas por muchos de los que antes, en otros cargos, habían impulsado y sostenido las otras reformas (políticos les dicen). Pero esto hay que entenderlo en el contexto. De finales de 2001 para acá no quedaba otra que la cuesta arriba entrando simplemente en los tire y afloje del mercado, los famosos ciclos del Capital: un período de bonanza seguido de otro de ajuste. Y acá estamos.
En medio de la crisis, proliferan el trueque, las cooperativas, las cuasi monedas (recordemos con cariño los famosos patacones) las fábricas recuperadas (que luego serán cooptadas por el estado en la mayoría de los casos), y un método muy novedoso para precarizar: la contratación por medio del monotributo. El laburante ya no es tal, sino un prestador de servicios. No es que sea un invento ‘K’, pero claramente se expande como forma predominante de contratación del Estado que sirve para mantener en ‘negro’ al trabajador (porque es un prestador de servicio del que se puede prescindir en cualquier momento) y al mismo tiempo, dibujar los números de desempleo, sumando a los planes sociales como empleados/as. Del otro lado del riachuelo, /Mauricio el honesto/, hacía exactamente lo mismo. Gran parte de los trabajadores de la ciudad son monotributistas.
La nueva vieja reforma
A la fecha, está en boga el planteo de una nueva reforma laboral. ¿Se puede caer una y otra vez en la misma trampa? Bueno, sí, acá estamos. Para entender la nueva reforma, basta con releer todo lo anterior y notar que de nueva y novedosa tiene poco, sólo apelan a la falta de memoria colectiva. Y funciona. El nuevo proyecto tiene casi todo lo de los anteriores (flexibilización, discusión por rama o empresa, discusión de ART en paritarias, y más) con algún condimento brasilero, en nombre de los mismos argumentos anteriores. En la última propuesta de reforma enviada por el ejecutivo, que ya tiene varios intentos de sumar adeptos y no lo logra, lo que sobresale en primer lugar es el blanqueo laboral (ya realizado antes). Esto quiere decir que en nombre de poner en regla a un/a trabajador/a, se le perdonan las deudas de seguridad social al empleador. Esta deuda de seguridad social es el famoso aporte patronal que va a parar a las jubilaciones de todos…ahora se entiende la reforma previsional y su férrea defensa. No hay plata para jubilaciones porque le permiten al jefe no poner su parte. En segundo lugar, la creación de un fondo de cese. Entre los/as empresarios y los sindicatos crearán un fondo de cese laboral para cada actividad, a cargo del empleador y manejado por un ente sin fines de lucro. ¡Aleluya!. El fondo se nutriría de aportes realizados por el empleador en base al salario, aunque en la práctica como en Brasil, dicho monto ¿terminará saliendo del salario? En tercer lugar, se cambia el cálculo para las indemnizaciones, dejando fuera el aguinaldo y /“los premios y/o bonificaciones, y toda compensación y/o reconocimientos de gastos que el empleador efectúe hacia el trabajador”/ (literal), lo que obviamente reduce el monto de la misma. Además, se articularía entre educación y trabajo, para fomentar el /empleo juvenil/, lo que conlleva una reducción de impuestos al empleador que contrate a menores de 24 años y el obvio olvido del mayor de esa edad. Las malas lenguas dirían que se trata de pasantías, lo que compromete el trabajo del mejor pago. Se impulsa la creación del /banco de horas/, otra genialidad del Estado en nombre del Capital. Consiste en que el empresario dispone del tiempo del trabajador a su antojo, descartando las horas extras, ya que el empleado debe cumplir ciertas horas de labor por semana. Lo que se excede un día, lo recupera otro. Y en torno a esto, empieza a rumorearse también el intento de elevar la carga horaria de 8hs a 10hs diarias retrocediendo a principios del siglo XX.
Pero lleva consigo una salvedad conceptual, bien ideológica y moderna. Cambia la definición de trabajo: en lugar de entender una asimetría entre el empleador y el empleado (el empleador está en una posición de poder superior a la del empleado, y uno produce para el otro) concibe al trabajo como /“la cooperación entre las partes para promover esa actividad productiva y creadora constituye un valor social compartido, generador de derechos y deberes recíprocos, y una regla esencial de ejecución del contrato”/(literal). Es decir, entiende que empleado y empleador están en igualdad de condiciones, por lo que un despido no sería tal, sino el final de una sociedad laboral. ¿Cinismo?
Luego del estallido del 2001 quedó demostrado que todas las medidas, leyes y decretos que impulsaron en nombre del crecimiento laboral fallaron…o tal vez no. El objetivo real nunca fue generar más trabajo. Por el contrario, con tasas altas de desempleo, más gente puja por ocupar el mismo puesto y eso hace que se caiga el salario, al mismo tiempo que las empresas multiplican sus ingresos, pero también crecen el temor a perder el empleo, la inseguridad, las miserias entre los/as laburantes y esto es usado como mecanismo de control social. En este momento se ven medidas totalmente perjudiciales para todos y se prevén peores, pero no se ven respuestas a la altura. O estamos en el ojo del huracán, en una tensa calma a punto de estallar, o el control social funciona aún mejor de lo que creemos y el miedo a perder lo poco que se tiene paraliza. Pero esto tiene un límite: el que seamos capaces de ofrecer.