Con bombos y platillos desde la jefatura porteña a cargo de Rodríguez Larreta se confirmó, semanas atrás, la construcción de un mega-proyecto edilicio que albergará la segunda sede más importante del Banco interamericano de Desarrollo (BID), después de la ya existente en Washington. Sin embargo, la nota saliente de dicho anuncio no es la construcción en sí (al menos no en la intención de este escrito) sino el argumento madre que le da sustento ideológico al proyecto y el cual parte de la idea política de entender a la futura construcción como un “edificio puente” entre dos realidades contrapuestas: los barrios emergentes y periféricos de Retiro con el afrancesado y patricio barrio de Recoleta.
Igualmente no está de más contextualizar previamente desde el mero aspecto informativo para después sí, desde ahí, argumentar la idea de que atrás de este megaproyecto edilicio se esconden políticas que pretenden vaciar de contenido las diferencias sociales a un lado y otro de la avenida.
El edificio puente del BID forma parte de una propuesta de infraestructura y urbanización amplia que, desde el gobierno porteño, se intenta concretar en los próximos años para las villas 31 y 31 bis del barrio de Retiro. La idea del área urbanística de la ciudad de Buenos Aires es integrar, desde lo edilicio, distintas barriadas porteñas al centro neurálgico de la gran urbe. De esta forma, se sumaría, al proyecto ya iniciado en relación a la sede del Ministerio de Educación emplazado en la villa 31.
Según se explica, la estructura unirá al barrio con el Parque Thays. La misma contará con tres ejes de apoyo diferenciados según zona: al oeste, entre el Centro de Exposiciones la Autopista Illia (acceso desde Recoleta); al este, próximo al edificio de Scholas (acceso desde la villa 31); y junto a la calle Mugica (acceso a Vialidad y Transporte). De acuerdo al proyecto original de obra, los accesos peatonales en ambos lados de la edificación tendrán escaleras mecánicas y ascensores. Se destinará un total de 4,000 metros cuadrados a la construcción de oficinas y, como no podía ser de otra manera para esta dirigencia cool, contará con un “área verde” totalmente integrado al frío cemento. Entre los argumentos políticos el que más fuerza tiene es el de “integración”, sumados a otros tales como el de “sustentabilidad” o “ahorro” (de tiempo básicamente).
Tres posturas, de tres diferentes actores implicados en el proyecto, pueden dar una idea acabada desde dónde se piensa políticamente la confirmación del “edificio puente”. Julio Aravena, arquitecto principal del proyecto: “queremos seguir integrando las villas a la ciudad, y esta idea de puente simboliza el espíritu de lo que buscamos”. Luis Alberto Moreno, presidente del BID: “hay 45,000 habitantes viviendo a escasamente dos kilómetros de lo que probablemente se la zona más rica de Buenos Aires (…) Este edificio puente puede ser un laboratorio que sirva como referencia para el resto de los países de América Latina”. Por último, Rodríguez Larreta, Jefe del Gobierno Porteño: “esta idea de puente porque simboliza el espíritu de lo que queremos hacer con la integración de las villas”.
Lo dicho hasta el momento sirve para contextualizar la noticia desde su simple aspecto informativo. Sin embargo, la intención es bucear más allá de lo tangible del proyecto e indagar en cuestiones que tienen más que ver con un trasfondo socio-político específico, para edulcorar segregaciones históricas de acuerdo a contextos no sólo económicos, sino también sociales y urbanos. Partimos de la base de entender que nada de lo que provenga de la política es fortuito e inocente, sino que forma parte de un “plan” específico y pensando de acuerdo a intereses de clase.
Uno de los argumentos más escuchados, en relación al proyecto, es el de la idea de “integración urbana”. Como que mágicamente, y a partir de un edificio, las diferencias sociales en tensión permanente, desaparecerán, o al menos quedarán dormidas por la simple buena voluntad de los/as políticos/as, pools inmobiliarios y burócratas bancarios. Sin embargo, y por más que se hable de integración, las lecturas de los implicados ponen el foco en diferentes problemáticas, agudizando el antagonismo de clase: mientras que para los operadores inmobiliarios “no hay competencia entre las tierras para el real estate y los barrios populares”, para los movimientos sociales como, por ejemplo, la CTEP, “no hay planificación sino especulación de los desarrolladores”. Entonces si se parte de presupuestos tan contrapuestos, la idea de puente como integración se reduce a simple romanticismo discursivo que poco o nulo anclaje tiene en la realidad.
Otra de las ideas que se resalta, tan en boga en los paladines de esta “nueva política” encarnada en la coalición Cambiemos, es la tan mentada “sustentabilidad”. El “hazlo tú mismo cool” de los seguidores de la neo política new age macrista. Lo que no dicen estos nuevos gurúes cómo es que van a erradicar el hacinamiento de las barriadas populares o cómo estos barrios en continúa tensión social van a contar con temas tan básicos como agua potable, cloacas o gas. No. La frivolidad de la sustentabilidad macrista va por otro lado ya que todo se reduce a lo simbólico encarnado en ese futuro “monstruo de cemento”, de arquitectura futurista pero con ascensores, escaleras mecánicas y áreas de espacios verdes. Lo que el discurso oculta, con lindas frases y sonrisas de ocasión, es la hipocresía de los políticos moldeados al calor del marketing. Tras el cotillón de estas faraónicas propuestas se pretende esconder el cotidiano social de quienes conforman la realidad de esas barriadas acostumbradas y resignadas al “no futuro”.
Por último, no está de más ahondar en el aspecto simbólico del proyecto ya que es una faceta importante de toda política que tienda a imponerse en el día a día, porque, como ya sabemos, con el sólo aspecto represivo no alcanza. Se necesita algo más asimilable por convicción o cansancio. Y es ahí donde la construcción simbólica juega su papel.
La idea de puente enseguida la asociamos a algo que une dos cosas separadas natural o artificialmente. Como una extensión que tiende a equiparar diferencias, dificultades. Que posibilita el encuentro. Dentro de la lógica de la coalición Cambiemos esta forma de interpelar desde la política es más que palpable. El “sí se puede” suplica al ciudadano, al cual pretende vaciar de ideología, ya que la suma de las partes, cual rompecabezas social, formaría un todo homogéneo dando impulso y sentido al colectivo. En esa dirección es que cobra fuerza lo simbólico del proyecto ya que la tensión social busca ser asimilada. Como si lo social, económico y cultural no atravesara las relaciones sociales y peor aun, como si las realidades contrapuestas de Retiro y Recoleta sólo fuesen antagónicas en el imaginario de ciertos personajes no asimilados ni asimilables al colectivo.