Día esperado, demasiado esperado, lluvia intensa, persistente. El año anterior habia frustrado el acto un temporal con inundación. La lluvia no cesaba y evaluábamos las posibilidades. Mi nietita pidió sus cosas de anarquismo… y fue el arranque.

Llegamos a Plaza Alsina de Avellaneda y ya había compañeros de La Protesta y Libertad desplegando el equipo de sonido y las banderas. El acto estaba programado para las quince horas. En la plaza había otro acto de la Iglesia, con el cura Farinello (Polo Social) y el correspondiente locro. La lluvia los estaba dispersando y quedamos solos. El segundo intento y aparecía el mismo impedimento. Cualquier espíritu abierto y hasta algún anarquista podía hacer suya la hipótesis de que “San Pedro y todos los santos”, por cagarnos, no reparaban en la Iglesia, ni en Farinello, ni en el locro.

La lluvia arreciaba y ahí seguíamos. Éramos ochenta o noventa compañeros, conocidos y por conocer, con mayoría de jóvenes.

La lluvia no paraba y comenzamos el acto. Gabriel hizo la presentación y leyó algunos párrafos de las declaraciones de los compañeros muertos en Chicago:

“El 1º de mayo de 1886, estalla la huelga en Chicago, convocada por las primeras asociaciones obreras, en la lucha por la jornada laboral de ocho horas. Miles de trabajadores se suman a las organizaciones. Se realizan multitudinarias manifestaciones, a las que el Estado responde con su policía, asesinado nueve hombres.

Dos días después, miles de trabajadores madereros se reúnen en una nueva manifestación. Un grupo de ellos se enfrenta con los rompehuelgas y guardias privados de los aserraderos. Llega la policía, abre fuego y deja un saldo de seis muertos y más de cincuenta heridos.

Ese mismo día, se convoca a un acto anarquista donde unos seis mil trabajadores, asisten para escuchar a Spies, Parsons y Fielden. Mientras este último hablaba, la policía ordena finalizar el acto, los obreros responden arrojando una bomba sobre los policías, dejando un muerto y varios heridos. Se desata la represión, detenciones, allanamientos; jamás se supo la cantidad exacta de manifestantes muertos. Entre los detenidos se encuentran los anarquistas Messoies, Spies, Michal Schwab, George, Engel, Adolph Fischer, Louis Lingg, Samuel Fielden y Oscar Neebe.

El veintiocho de agosto de 1886 los declararon culpables del atentado. Los sentencian a la horca, a excepción de Neebe, condenado a quince años de prisión. Louis Lingg se suicida en prisión, bajándose un cartucho de dinamita: El 11 de noviembre de 1886 son ahorcados sus cuatro compañeros, Spies, Fischer, Engel y Parsons.”

[…]

Patricio, se refirió a la necesidad de adquirir conciencia de clase y Juan, entre otras cosas, reflexionó lo siguiente:

“Tenemos una ideología, tenemos un cuerpo de ideas que nos sirve de referente, tenemos una ética también a partir de la cual el anarquista fluye. Esta ideología, este cuerpo de ideas, no es un cuerpo muerto que abraza al individuo, algo que hay que obedecer, el hombre y sus posibilidades son mucho más ricas. Es a partir de la ética también, tener actitud, derribar todo lo establecido, que la ideología re vitaliza siempre dentro de una lógica de la rebelión y de la libertad.

Manejamos el concepto de libertad, principalmente a partir de Bakunin. Para nosotros anarquistas, que somos materialistas también, en el sentido de todo aquello que se puede ver, oír y tocar, de todo lo que ocupa un lugar determinado en el tiempo y en el espacio, es la sociedad la base material en la cual se desarrolla el hombre y es gracias al trabajo colectivo de las generaciones pasadas y presentes que los hombres se completan en su personalidad y en su libertad. Para nosotros entonces, la libertad no es un hecho de aislamiento, sino que es una consecuencia de la naturaleza social del hombre, es en el seno de la sociedad, donde la libertad se realiza, se profundiza y se extiende hacia todo y de ahí también la necesidad de libertar a la Humanidad completa.

Había escuchado a un compañero que hablaba algo de esto la otra vez: Tenemos sueños, eso es cierto, y bienvenidos, decía el compañero, pero también somos mucho más que eso, somos revolucionarios, es decir, que cada uno de nosotros, es la posibilidad completa y real de un cambio profundo en la sociedad.”

Por momentos la lluvia amainaba —los espíritus abiertos podrían pensar que el terrible “San Pedro y todos los santos”, al menos en esta ocasión, se podrían estar dando por vencidos — y llegó mi turno. A las primeras palabras me pidieron —y a lo habían hecho con los compañeros — que me acercase al micrófono que se escuchaba mal, y entonces les recordé que los anarquistas ya decían desde hace mucho tiempo, que la tecnología se iba a aliar con el Poder para taparnos la boca… y continué:

“Bueno, como ya se ha dicho, como sabemos, nos convoca aquel hecho sucedido en 1886 en Norteamérica, la cuna de la Democracia, país que exceptuando a la Iglesia, es el mayor responsable de los más grandes crímenes a la Humanidad. Esto no quiere decir que no haya otros: los nazis, la Unión Soviética… Decía Bakunin, que todo Estado es imperialista en la medida de sus fuerzas, podíamos agregar que todo Estado es criminal en la medida de sus posibilidades… y las Iglesias… los Estados del alma.

Primero de Mayo, cada año como un rito. Demasiado espacio de tiempo, como si la dimensión del gesto satisfaciera nuestras necesidades, como si no estuviéramos para “cosas menores”. Y fueron ahorcados en tiempos de grandes movilizaciones, por la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas… por “la pequeña cosa”.

Escribía en La Protesta hace un año: murieron en la lucha por las ocho horas de trabajo… murieron luchando por las horas de ocio. Según el diccionario, ocio: diversión u ocupación agradable.

Creo que no les hacemos justicia a los compañeros, que los detenemos en el tiempo. ¿Cómo describir a aquellos compañeros, obreros y anarquistas? Pensamos en las palabras más justas, más bellas y no alcanzan, quedan espacios… hay vacíos. Cerrar los ojos, buscar imágenes… y tal vez nos aproximemos y acortemos aniversarios, y estemos en “la pequeña cosa”… y tal vez también, cambiemos de homenaje.

Cuando hoy se trabaja doce o catorce horas, y trabaja solamente una minoría; y hay una mayoría —millones — de desocupados cuando la mayoría vive de las sobras, de los tachos de basura, de la dádiva. Cuando esa mayoría está condenada al hambre, a la incapacidad, a la muerte. Cuando el Poder “hace tiempo”, buscando la manera para eliminar a gran parte de la Humanidad, aquello, 1886, ocho horas, parece surrealista, y surrealista nuestra pasividad.

No fue azaroso el orden en que mencioné a los compañeros: obreros y anarquistas. Para los anarquistas —y con justa razón — siempre fue un orgullo la condición de obrero. La situación denigrante de asalariado, quedaba sepultada por el espíritu de lucha, y la dignidad de no ser un parásito para los demás. La Humanidad dependía del esfuerzo y aporte de cada uno. Pero hoy, cuando la tecnología hace superfluo el trabajo humano, cuando, como consecuencia, la clase obrera tiende a desaparecer, la condición obrera queda vacía de principios. Y por esto, creo que recomendar que se trabaje, mas allá de una necesidad de sobrevivencia, como principio, es una inmoralidad. También, creo que así lo entendían aquellos compañeros. Lo que tenemos que recomendar como anarquistas a la clase oprimida, es apoderarse de los que hay en mansiones y depósitos, que les pertenece.

No dejemos solos con sus grandezas a aquellos compañeros. No los petrifiquemos, no los minimicemos, no fueron únicos; los hubo antes, los hubo después y seguramente los hay y los habrá.”

Terminé, era el cierre del acto, miré en silencio un rato, y las compañeras y compañeros no se movían. Ochenta o noventa existencias, una multitud. La llovizna seguía, y los compañeros mojándose, con los pies en la tierra —en el barro — como si hubiesen echado raíces… y cosa ’e mandinga, miré hacia arriba, en agradecimiento a la lluvia que nos golpeaba la cara, nos ensuciaba los zapatos y nos mostraba que “San Pedro y todos los santos” eran vulnerables.

Amanecer Fiorito