A raíz de la pandemia de Covid-19, y de las soluciones políticas que desde las esferas del Poder implementan, los estudios pretendidamente críticos del contexto actual reformulan ciertas conceptualizaciones. La filosofía política o las Ciencias Sociales, por ejemplo, no son la excepción. Por eso no es novedoso toparse con ideas de vieja data, pero camufladas en el presente. Uno de esos conceptos es el de “leviatán”, de origen religioso (cristiano) pero utilizado como metáfora en la filosofía que estudia el origen del Estado. Uno de esos filósofos fue Thomas Hobbes.
”Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil” es el nombre de un libro de Thomas Hobbes publicado en el año 1651, en el cual reflexiona sobre el poder del Estado, con miras a justificar los gobiernos de tipo absolutista. Para dicho autor, la palabra Leviatán se vuelve imagen del poder del Estado. Así lo expresa Hobbes en el texto, cuando indica que lo que se llama República o el Estado es, metafóricamente, “un gran Leviatán, un ser no humano o, específicamente, un hombre “artificial” destinado a la protección del hombre natural”. Para este filósofo, que puede encuadrarse dentro de la escuela materialista, el hombre per sé es naturalmente malo y es por eso que, para su propia supervivencia, en algún momento de la historia decide ceder su voluntad y libertad en pos de su cuidado. Hobbes resalta el carácter negador del Estado, pero ve a este como un “mal necesario” para el desenvolvimiento humano: “el individuo, dice Hobbes, en estado de naturaleza, es malo, el hombre es un lobo para el hombre, y por lo tanto, necesita un poder superior que lo dirija, que lo gobierne, que coarte parte de su libertad, a cambio de seguridad” (…) “Nadie hay tan osado que lo despierte (al hombre como tal)… De su grandeza tienen temor los fuertes… No hay sobre la Tierra quien se le parezca, animal hecho exento de temor. Menosprecia toda cosa alta; es rey sobre todos los soberbios”.
Sin embargo, este Leviatán, tal como fue concebido, no es un ser eterno ni divino, sino que está sujeto a enfermarse y/o perecer como todo mortal, razón por la cual Hobbes se dedica en su libro a explicar los problemas que el Estado, gran Leviatán, debe enfrentar, y qué leyes debe obedecer para garantizar su supervivencia. El Estado ”es la suma de las libertades individuales, que, llegan a un acuerdo, renunciando a ciertos derechos, por el bien común. Así, el individuo cede parte de su libertad, a cambio de seguridad. El poder del Estado es absoluto, si bien es cierto que los individuos pueden rebelarse cuando el soberano suponga un peligro para la seguridad de los mismos o rompa el contrato social”.
¿A qué viene lo descripto hasta el momento? Simplemente a la intención de contextualizar ciertas metáforas políticas a partir de las cuáles se pretende abordar específicas situaciones. Desde algunos sectores de las Ciencias Sociales (Desde la sociología, por ejemplo, de autores como Maristella Svampa) se utiliza el concepto de “leviatán” asociado a la idea de “lo sanitario”; como que vivimos un momento extraordinario enmarcado dentro de lo que denomina como “Leviatán Sanitario”. En propias palabras de la autora: “reformulando la idea de Leviatán climático de Geoff Mann y Joel Wainwright, podemos decir que estamos hoy ante la emergencia de un Leviatán sanitario transitorio, que tiene dos rostros. Por un lado, parece haber un retorno del Estado social. Así, las medidas que se están aplicando en el mundo implican una intervención decidida del Estado, lo cual incluye desde gobiernos con Estados fuertes –Alemania y Francia– hasta gobiernos con una marcada vocación liberal, como Estados Unidos. Por ejemplo, Ángela Merkel anunció un paquete de medidas sanitarias y económicas por 156.000 millones de euros, parte del cual va como fondo de rescate para autónomos sin empleados y empresas de hasta diez trabajadores; en España, las medidas movilizarán hasta 200.000 millones de euros, 20% del PIB; en Francia, Emmanuel Macron anunció ayudas por valor de 45.000 millones de euros y garantías de préstamos por 300.000 millones. Por otro lado, el Leviatán sanitario viene acompañado del Estado de excepción. Mucho se escribió sobre esto y no abundaremos. Basta decir que los mayores controles sociales se hacen visibles en diferentes países bajo la forma de violación de los derechos, de militarización de territorios, de represión de los sectores más vulnerables. La pandemia pone de manifiesto el alcance de las desigualdades sociales y la enorme tendencia a la concentración de la riqueza que existe en el planeta. Esto no constituye una novedad, pero sí nos lleva a reflexionar sobre las salidas que han tenido otras crisis globales. En esa línea, la crisis global que aparece como el antecedente más reciente, aun si tuvo características diferentes, es la de 2008. Causada por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, la crisis fue de orden financiero y se trasladó a otras partes del mundo para convertirse en una convulsión económica de proporciones globales.”
Lo que desnuda este tipo de abordaje es una crítica que se queda, por omisión o posición, a “mitad de camino” ya que lo que debe combatirse es el rostro malo del Estado; ese encarnado en la visión neoliberal de la vida y su globalización depredadora. En esa lucha interna entre la versión mala y la versión buena, es innegable que se debe apostar, para esta autora, por el Estado benevolente, benefactor y social en detrimento del monstruo liberal.
En esa pretendida disyuntiva nuestra posición es clara. El problema, la raíz de todos los males, es el Estado y las relaciones de explotación y opresión emanadas de él ya que el ser humano como tal es una posibilidad condicionada por el contexto.