“Incorpórase de manera permanente en las publicaciones, ediciones gráficas y/o audiovisuales y en los actos públicos de gobierno, de los tres poderes de la provincia de Buenos Aires, el término Dictadura Cívico-Militar, y el número de 30.000 junto a la expresión Desaparecidos, cada vez que se haga referencia al accionar genocida en nuestro país, durante el 24 de marzo de 1976 al 9 de diciembre de 1983”. La ley aprobada el 23 de marzo de 2017, aclara como debe ser la forma estatal de referirse al último gobierno militar. Cualquiera que googlee un poco lo sabe. Todas las dictaduras tienen un componente civil. Incluso están los listados de los cientos de políticos de los principales partidos nacionales que ocuparon cargos durante el Proceso y luego defendieron la democracia en discursos encendidos. Hay varios textos que cuentan cómo los 3 últimos presidentes o sus familias hacían plata durante la dictadura.
La ley es un texto corto y seguramente podría agregarse el término “clérigo”, ya que las sotanas también tuvieron participación. Así se podría seguir sumando términos que la corrección política y la conveniencia democrática establezcan como malos o condenables (obesos, heterosexuales, futboleros, mamíferos, etc.).
La policía progre
Hoy la diversidad y la tolerancia se tratan de imponer y la respuesta reaccionaria no tarda en aparecer, dando espectáculos dignos del teatro. Por citar algunos ejemplos, podemos hablar de la implementación de la Ley de Educación Sexual Integral. En nombre de la libertad se han prohibido o censurado charlas en universidades en contra de esta ley por parte de grupos católicos o mesiánicos que reclaman educar a sus hijos sobre sexo en base a sus creencias (al mismo tiempo estos grupo se oponían a la ley de aborto pidiendo más educación). No permitir que se expresen, es visto a los ojos progres como un triunfo. Es más, la ley es la solución a todos los problemas, ya que según dicen “permitir que la educación sexual sea monopolio de las familias es continuar encubriendo a abusadores, es permitir que el abuso sexual se meta debajo de la alfombra del living de casa” o “sin ESI no hay Ni Una Menos, sin ESI los abusadores continúan abusando, y crece la violencia y la discriminación que como sabemos termina en femicidios, travesticidios, homofobia y otras formas del daño colectivo que la sociedad patriarcal supo construir y que es nuestro deber combatir.”
Otro ejemplo, sólo para dar uno más, es como se está utilizando el término “negacionista” (algo que se utilizaba para quienes negaban el holocausto Nazi). Su última víctima del mundo del espectáculo (la política llevada por otros medios) fue Alfredo Casero, quien en un programa de TV entre un montón de boludeces que dijo, cuestionó la veracidad sobre la identidad de algunos nietos recuperados. Sus declaraciones lo llevaron a tener que buscar otros teatros o salas para su show debido a la negativa de varios lugares a que se presentara, argumentando la defensa de los derechos humanos y la democracia (uno fue una facultad y lleva el nombre de Juan Domingo Perón, vaya paradoja). Seguramente quienes se alegraron de esto, serán promotores de programas como “prohibido no leer” que transmitió la TV estatal hablando de libros prohibidos en dictadura, y festejaron hace unos meses cuando en la feria del libro no se permitió proyectar el “documental” “Será venganza” una producción que pone el acento en el trato que se les dio a los militares presos.
No es sobre palabras que intentamos establecer discusiones. Pero a veces las palabras que se eligen son reflejo del pensamiento que las inspira. La tolerancia, tan reclamada en los últimos años tiene un tufillo a superioridad progresista.
Por las dudas que haga falta aclararlo no buscamos que alguien nos tolere, que soporte nuestra opinión porque su cultura “avanzada y tolerante” se lo permite. No lo buscamos y no lo pedimos porque no lo practicamos. Lejos de nosotros/as esta “tolerar” la explotación, la miseria y las dictaduras de derechas o izquierdas. Tampoco nos interesa tolerar un Estado de derecho que cada día dicta lo tolerable, o no, de manera casi totalitaria, como un dogma religioso actualizable y con su correspondiente inquisición. Más bien queremos que nos dejen en paz. Porque cuando un grupo de personas se sienten ofendidas, o agraviadas y deciden manifestarlo (a veces de manera violenta) por ellas mismas, sin apelar a la denuncia legal, varios de esos progres son los primeros en acusar de “infiltrados” o “policías”.
El Estado avanza cada día más sobre las relaciones sociales. Muchas veces el pretexto es que si no fuera por las leyes nos mataríamos entre todos/as. La solución que promueve es comerse al caníbal, y cada día hay más progres que lo piden a gritos, dispuestos/as a denunciar a quien cuestiona algo y seguramente estarán prontos a jurar haber visto a un/a joven encapuchado/a, que después de romper una vidriera, estaba comiendo algo que parecía ser carne humana.