Jóvenes de 17 años matando y muriendo. Habían jurado matar por la patria. La patria les tomó la palabra y los mandó a cumplirla. Porque el patrimonio del Patriarca, del Patrón, se defiende con la sangre de otros. Buscarle sentido a la guerra entre Estados es fácil, lo difícil es romper con la idea de que el Estado somos todos/as. Que la patria es el otro; que la patria liberada o la patria socialista; patria o muerte; Dios, patria, rey y otros artilugios del idioma para matar y morir por el Estado.
¿Cuántos de esos jóvenes podrían vivir en las islas? ¿Cuántos podrían pagar el alquiler, ganar un sueldo que les permita sobrevivir en ese clima? Algunos, seguramente conseguirían trabajo mas no sea de mantenimiento de jardines. Esto creyendo que una vivienda y un buen patrón de la misma nacionalidad justifican matar a otro.
Las imágenes de familiares y, sobre todo, de madres llorando en la tumba de su hijo muerto en combate, desgarran. Pero el llanto no tiene diferencias idiomáticas, mucho menos cuando la que llora es la que crio al muerto.
El Estado es patriotero cuando lo necesita y sabe hacerlo como Dios manda. También sabe ser amplio, y tolerante cuando le conviene. De hecho, ese monumento en las islas, los viajes y los trámites, los pagó y manejó un empresario de origen armenio. Porque los Estados se pueden poner de acuerdo cuando el que intermedia es el dueño de una corporación.
Alguien escribió ya hace mucho tiempo eso de ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases.
Hay clásicos que no envejecen.