“El fascismo es el primer nacionalismo popular y social que asoma en la historia … el justicialismo no se concibe sin la experiencia fascista. La historia futura necesita un nuevo Hitler acristianado. Necesita de un nuevo Hitler católico. Un Hitler sin Auschwitz (o esos campos que se le atribuyen y cuyas pruebas de existencia no me constan). Dios reclama en este momento una espada de fuego. Pero una espada de fuego católica”

Quien pronunció estas palabras supo ser, por un breve periodo de tiempo, rector de la UBA. Su nombre era Alberto Ottalagano: político, escritor y abogado. Fue parte de la resistencia peronista luego del golpe de 1955, participó del levantamiento cívico-militar comandado por el general Valle lo que lo llevaría a la cárcel y el exilio, con el retorno de Perón se convierte en su asesor presidencial. Entre sus obras se encuentran “Justicialismo: Concepción doctrinaria”, “Tres momentos de una idea. Nacionalismo, peronismo y justicialismo”, y “Soy fascista, ¿y qué?: Una vida al servicio de la patria”. Ottalagano asumió su rol de rector interventor el 17 de septiembre de 1974, reemplazando a Raúl Laguzzi. Diez días antes, el 7 de septiembre, un explosivo estalló en el departamento donde vivían Laguzzi, su esposa Elsa y su hijo Pablo, de seis meses. Tanto Raúl como Elsa sobrevivieron, pero su hijo murió en el atentado. Días mas tarde la Triple A publicó un listado de personas “condenadas a muerte”, en el que en primer lugar se encontraba el ex-presidente Héctor Cámpora y segundo el entonces rector de la UBA Raúl Laguzzi.

Ottalagano no llega por casualidad a este puesto ni es una anomalía en la historia; era parte de un plan impulsado por el gobierno de turno que terminó conociéndose como la “Misión Ivanissevich”. Esta misión, encomendada al ministro de Educación Oscar Ivanissevich, tenía como principal objetivo terminar con la “infiltración marxista” dentro de los claustros. El ministro prometía salvar a las universidades de “la acción disolvente de organizaciones que quieren transformar a los jóvenes justicialistas en marxistas”. Ivanissevich, coautor de la marcha peronista, había sido ministro de educación anteriormente en la primer presidencia de Perón. Durante su segundo mandato se despidió a la mitad de los docentes, a gran cantidad de no-docentes, se cerraron universidades, se prohibieron los centros de estudiantes, se censuró material bibliográfico y contenidos de materias. Se eliminó el ingreso irrestricto que regía desde la reforma del ‘73 estableciendo, nuevamente, cupos de admisión. Se le exigieron certificados de buena conducta a los estudiantes que debían ser provistos por la policía. Un cuerpo de “celadores”, en su mayoría militantes nacionalistas de extrema derecha, vigilaba los pasillos, se denunciaron golpizas y torturas dentro de las facultades. Durante este periodo, la CNU (Concentración Nacional Universitaria), una organización de la derecha peronista, asesinó a Rodolfo Achem, secretario administrativo de la UNLP, a Carlos Miguel, jefe del Departamento de Planificación de la UNLP, y a María del Carmen Maggi, decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Católica de Mar del Plata.

“En la patria de Perón, ni judío ni masón”. Cantos en la asunción de Ottalagano.

Ottalagano, quien durante sus poco más de tres meses en el cargo de rector dejó once estudiantes muertos y cuatro desaparecidos, no era el único fascista confeso en estar al frente de una universidad para acompañar la purga ideológica que el gobierno de Isabel Perón pretendía llevar adelante. En las universidades de Comahue y del Sur se nombró a Remus Dionisio Tetu, un fascista rumano que, como rector, puso a miembros de la Triple A y a un ex-agente de inteligencia nazi para hacerse cargo de la seguridad universitaria.

Lo que pudo verse en las universidades era un reflejo de lo que ocurría hace tiempo en otras áreas de la vida. Existía una confrontación directa entre los diferentes grupos del peronismo. Luego del asesinato de Rucci, dos días después de ganar las elecciones la formula Perón-Perón, estos enfrentamientos escalaron de igual forma que las disposiciones gubernamentales y los discursos del general atacando a la Tendencia (la izquierda peronista). Culminando con la firma del llamado Documento Reservado por el entonces presidente electo Juan Domingo Perón, donde se daba la orden de “atacar al enemigo en todos los frentes”, erradicar la infiltración marxista de las filas peronistas por cualquier medio. Sin vacilaciones ni discusiones de ninguna clase. Asesinatos, detenciones y ataques armados a periódicos fueron la norma desde ese momento. Muchos de quienes participaron en estas purgas luego llevaron su experiencia a los grupos de tareas durante la dictadura.


Javier Milei


Fascismo performático

[La historia ocurre dos veces] “una vez como tragedia y la otra…”. Karl Marx.

“La educación publica se convirtió en un centro de adoctrinamiento marxista.” Javier Milei.

Uno de los tantos enemigos que este gobierno elige para sus peleas públicas ha sido las universidades. Si bien el grueso del conflicto se da luego del reclamo por el pago de gastos de funcionamiento y el aumento de los salarios, desde antes de llegar al gobierno, Milei tenía un discurso formado sobre el rol de la educación pública en la sociedad y la educación superior en particular. Es en base a estas ideas que el actual presidente y su séquito de fanáticos buscan establecer a las universidades como centros de adoctrinamiento marxista-socialista.

Existe una visión de las universidades como lugares a donde solo acude una élite. Al mismo tiempo, dentro de la cosmovisión libertaria, las élites que controlan los destinos del mundo son socialistas. Caso aparte es que al presidente nadie le haya informado la opinión de quienes revisten estas ideas sobre los judíos. Este discurso no es novedoso; son las mismas ideas que promulgan los grupos de derecha estadounidenses o, como vimos, dentro de las mismas facciones peronistas o grupos nacionalistas de los años ‘60 y ‘70. Parece haber una inclinación a pensar en el profesional universitario como alguien que está por encima de otras profesiones. La repetición de la frase de Perón sobre que las universidades se debían llenar “de hijos de obreros” solo se explica por la dinámica de la explotación capitalista. Los “profesionales” pueden acceder a mejores salarios que los obreros, albañiles o quienes producen la comida que alimenta a los pueblos y ciudades. La mano de obra barata es generalmente la que todavía hace funcionar este mundo.

El discurso anti-elitista de las élites que controlan la economía y el Estado se explica por su visión populista de la acumulación de poder. Piensan en conseguir el apoyo de las grandes “masas populares” por medio de la polarización de diferentes áreas de la vida, olvidando o desconociendo la cultura misma que se genera en base a la dinámica económica. Pero hay orgullo en el hecho de que alguien de la familia logre graduarse en una universidad. Es por esto que el discurso de la pelea cultural tiene que pendular entre su imaginario enemigo marxista y la idea de que existe corrupción en esos espacios.

Uno de los pilares del “plan económico” de este gobierno es enfriar la economía, no solamente recortar gastos. Necesita que los sueldos sean bajos para que la inflación no se acelere. Es decir, que los precios de las cosas se mantengan estables pero inalcanzables para la mayoría de la población. Esto también ocurrió antes; el intento de conseguir la inflación cero del último gobierno de Perón se basaba en el Pacto Social (“Acta de Compromiso Nacional para la Reconstrucción, la Liberación Nacional y la Justicia Social”), que pretendía congelar los salarios y suspender las negociaciones paritarias por dos años. Quienes se opusieron a estas medidas fueron catalogados como “infiltrados”. Hoy, el Pacto Social es tácito. Se maneja la política para dar algún favor a las centrales sindicales y así lograr una mayor sumisión, se plantea que quien se queja está “defendiendo un curro” o es kirchnerista. De esta forma, se intenta invalidar cualquier tipo de reclamo. La única forma aceptable de manejarse en sociedad para el gobierno liberal libertario parece ser agachar la cabeza y aceptar los designios del amo.

El ataque a las universidades es parte del lenguaje performático de un gobierno adolescente. Buscan verse como los más inteligentes, los más malos, usan palabras de tiempos anteriores y se les cae la baba pensando en sostener los niveles de represión con los que fantasean en las noches. Pero, por ahora, siguen siendo solo palabras. La represión de la que se jactan en este gobierno ha sido hasta ahora una fracción de las que hemos visto en el pasado reciente; sin embargo, las respuestas han sido esporádicas y muchas veces criticadas por los mismos sectores de la “oposición” cuando la protesta se desborda de los carriles que todavía creen poder establecer.

Durante una reunión del gabinete, donde se discutía el orden público en las calles y edificios estatales, la ministra Patricia Bullrich leyó unas palabras que pronunció Perón meses antes de morir: “El Estado no puede permitir que los edificios y bienes privados sean ocupados o depredados por turbas anónimas, pero mucho menos aún puede tolerar la ocupación de sus propias instalaciones. Para esto está la policía, y si no es suficiente, debe echarse mano de las Fuerzas Armadas y mandar a los intrusos a las comisarías o a la cárcel […] Para salvar a la Nación hay que estar dispuestos a sacrificar y quemar a sus propios hijos”. La frase elogiada por Milei marca la doctrina que esta estableciendo el gobierno ante la protesta social.

Este gobierno pone mucho foco en las palabras que usa, busca erradicar a “los zurdos”, amenaza y deshumaniza a grupos enteros de la población por sus ideas o prácticas. La deriva autoritaria que acontece al profundizar su discurso contra el fantasma del comunismo podría tomar formas más reales en el futuro. Quienes sostienen las riendas del Estado son un grupo de personas profundamente emocionales; si se sienten arrinconados, van a buscar la forma de defenderse por cualquier medio posible. No van a retroceder, siempre van a buscar profundizar.

Es así que se lleva adelante un intento deliberado por parte del aparato de propaganda del Estado para mover el rango de ideas que son aceptables en la sociedad hacia la derecha. Todo fuera de ese rango es impensable o radical. No tenemos por qué movernos. Si existen prácticas que parecen radicales hoy que no lo eran hace algunos años, eso no significa que debamos moderarnos. Hay quienes, felices de este movimiento, salen de sus rincones a atacar todo lo que callaron durante años. Que sueñan con poner un líder que haga las cosas de la forma en que Milei las hace, un peronismo sin “infiltrados”, sin todo lo que odia Milei y asumen que odia “el pueblo”. La idea de que se puede gobernar bajo la premisa de Dios, Patria y Familia emociona a muchos. Pero la historia muestra lo rápido que se puede pasar de la amenaza y el discurso deshumanizador al ataque feroz.

Sabemos que la represión es una herramienta necesaria para el funcionamiento del Estado; todo gobierno hace uso de esa herramienta en un momento u otro. Hoy, los sectores políticos opositores repiten constantemente que el ajuste no cierra sin represión; sin embargo, esto no es del todo cierto. El ajuste no cierra sin sumisión.