Fotografías. En Honduras viven alrededor de 10 millones de personas, en una superficie de 112 mil km2 en la denominada “América Central”. El 48% de los/as hondureños/as son pobres, y el 23% vive en “pobreza extrema”. Su economía interna se configura a partir de la agricultura y la minería para exportación, siendo el resto de las ramas económicas casi dependientes de las importaciones, ocasionando, indefectiblemente, una total dependencia del contexto capitalista internacional. Honduras registra altos niveles de violencia con más de 38 homicidios por cada 100.000 habitantes (2018), entre las tasas más altas en el mundo (Argentina con 2.362 asesinatos en 2018, 73 más que en 2017, ocupa el puesto 117, en cuanto a tasa de homicidios intencionados. Esto supone que en Argentina se llevan a cabo al menos 6 asesinatos cada día. La tasa de homicidios en Argentina, que se situó en 2018 en el 5,32 por cada cien mil habitantes, ha subido respecto a 2017, en el que estaba en el 5,21). Además, Honduras está muy expuesta a eventos naturales adversos y al cambio climático, especialmente a fuertes lluvias y sequías que ocurren regularmente y afectan desproporcionadamente a los pobres. Esta situación se profundiza en “tiempos de covid-19” ya que la economía hondureña se contrajo más de 7% en 2020, y se espera una aceleración negativa en 2021 como consecuencia de las recetas económicas y sociales que las potencias estatales del mundo vienen implementando: cierre de fronteras, deslocalización, crítica de “lo global” como relación social, nacionalismo político y economía “de lo propio” como bandera distintiva.
Fotografías. Ahora bien, la situación hondureña no es propia únicamente de dicha región americana, sino que, con matices, es un recorte de la realidad latinoamericana. Con estadísticas distintas, pero con síntomas parecidos, Honduras no difiere en el meollo del problema de realidades vividas en Venezuela, Costa Rica, Perú, Bolivia, Argentina, Panamá o Ecuador, por citar algunos puntos geográficos al azar. Sólo que Honduras hoy es noticia, en estas líneas, por el fenómeno que los medios de información denominaron como de “caravanas migrantes”. Y no por el morbo con que los periodistas (del autodenominado cuarto poder; cuando en realidad no son más que poder a secas) toman este tema en particular, sino para intentar entender qué lleva a millones de personas a creer que esa caminata circular será el principio del fin de sus miserias.
Fotografías. La primera de las denominadas caravanas de migrantes en 2021 se da casi en simultáneo con la asunción de Joe Biden en EEUU quien, en contraposición a Trump prometió “una política más amigable y humana hacia la inmigración”. Retórica de lo “nuevo” sobre lo “viejo”. Retórica que nunca rompe su lógica persuasiva transformándose en acción real, ¿pero qué sería el capitalismo sin esa cualidad? Ilusos/as quienes crean en su embrujo.
Fotografías. Retomando la intención del escrito, Los/as migrantes aseguran que se han visto obligados a huir de la pobreza, la violencia y la devastación causada por dos grandes huracanes en noviembre pasado y quieren llegar a Estados Unidos vía México. La multitudinaria caravana es aún mayor que la organizada en octubre de 2018, que logró llegar hasta la frontera con EE.UU y que Naciones Unidas cifró entonces en unas 7.000 personas. Lo paradigmático de las caravanas de 2018 y 2021 es que ambas experiencias fueron convocadas por anónimos a través de las redes sociales, y en ambas experiencias la marea humana se movilizó más por impulsos que por organización. Entre octubre y noviembre de 2020, cuatro caravanas con migrantes procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador cruzaron México para dirigirse a EEUU. Algunos/as de los/as migrados/as lograron pedir asilo en EEUU, otros/as regresaron a sus países de origen, y un tercer grupo logró quedarse, a menos momentáneamente, en México. Sin embargo, esta vez la suerte de la totalidad de los/as migrantes correrá la misma suerte: la represión estatal y la deportación. La “excusa humanista” será la pandemia de Covid-19, la realidad es y será el abroquelamiento fronteras adentro, más en tiempos de Covid.
El sueño americano para el/la latinoamericano/a medio es, laboralmente hablando, el “trabajo descarte” que el norteamericano medio detesta y desprecia. Esta gran paradoja del capitalismo como tal es lo que precisamente lo alimenta y le da aire ya que el desarraigo que muchos deciden emprender tiene un componente, casi en exclusividad, económico. La ida es generalmente forzando ligazones afectivas y culturales en pos de una supuesta mejora económica que en realidad nunca llega. Es tal la desesperación que nada importa más que huir. Lo paradigmático de la experiencia puntual de estas “caravanas” es que ya conocen, inconscientemente, el desenlace que les espera si logran sortear los controles estatales previos, ya que tanto Guatemala como México serán el dique de contención (disuasivo o represivo, según lo que el momento disponga) que frene el andar de la marea caminante.
Misma situación se da, en los primeros días de febrero, en las fronteras entre Chile y Bolivia, pero con migrantes venezolanos. La fotografía es la misma: miles de personas varadas en controles fronterizos después de verdaderos éxodos sociales. Y la respuesta parece ser idéntica, ya que el control y la represión no dependen de puntos cardinales al momento de defender el statu quo y la lógica del capital.