De a poco las piezas del rompecabezas político se empiezan a acomodar. Algunas por conveniencia, otras por convicción, pero todas con el objetivo claro de perpetuar la idea de política como profesionalización del Poder. En los meses venideros la parafernalia democrática hace carne en la liturgia de los partidos políticos en la carrera por el premio mayor: el sillón de Rivadavia. Se avecinan semanas de intoxicación mediática, de acalorados debates intelectuales sobre recetas mágicas, de verdades reveladas que, obviamente, pertenecen a cada uno de los políticos de turno que, cual mesías, tienen la solución a todos nuestros males. Es una cuestión cíclica (y determinista) del sistema democrático de representación indirecta, ya que cada 4 años aparece en la escena social como el tema por excelencia.
A lo largo de este año, desde el periódico hemos hecho hincapié, entre otros tantos temas, sobre la delicada situación económica que nos toca vivir. E intentamos reflejar que este particular contexto no es obra de ningún destino predeterminado, sino consecuencia de estrategias específicas y conscientemente desarrolladas. O sea que entendemos que disociar Política de Economía, pese a sus posibles tensiones momentáneas, no es más que un ejercicio alejado de lo real. Política y Economía; Estado y Capital, pese a sus posibles divergencias contextuales, van de la mano y son parte, ambas, de un mismo entramado de eso que los/as anarquistas, entre otras cuestiones, llamamos “explotación del hombre por el hombre”.
Es innegable, porque la realidad nos choca diariamente, que el momento social actual es de una crudeza económica que golpea sobre las cuestiones de supervivencia más básicas. No hace falta teorizar al respecto, con sólo visitar el supermercado notamos cuan dañada está la economía elemental de vivir (o sobrevivir). Y así como es indiscutible esta realidad social, también se hace inevitable la comparación con otros momentos críticos y cercanos en el tiempo: por ejemplo, con lo acontecido en 2001. Con esto no queremos decir que los contextos sean similares. Ni el político, ni el económico ni el social. Tampoco somos expertos gurúes para asegurar que “esto” pueda desembocar en “aquello”, pero sí creemos que hay un “aire” en el ambiente social que nos recuerda esos años de crispación y deterioro que desembocaron en la crisis de 2001 y sus consecuencias posteriores. Pero así como decimos que hay similitudes, también sostenemos que los contextos son diametralmente opuestos en varios aspectos, sobre todo en lo concerniente al trasfondo social y político. Con esto no pretendemos vaciar de sentido crítico el actual momento económico, sino que creemos que extrapolar experiencias es un ejercicio innecesario y que poco aporta al presente.
Igualmente no está demás, por más que parezca contradictorio, poner en la mesa números, datos o estadísticas que permitan encontrar, o no, puntos en común entre lo acontecido 20 años atrás con el actual momento social. Estructuralmente en 2001 termina de colapsar lo poco que aún quedaba en pie. En años precedentes el deterioro social hacía mella a partir de una batería de medidas económicas consecuencia directa del modelo de convertibilidad monetaria y los números, por más fríos que parezcan, son un reflejo manifiesto de lo que la economía capitalista producía en el común de la gente: 57% de pobreza (más de la mitad de la población no logra cubrir sus necesidades básicas de subsistencia), 19% de desocupación (entre los sectores pobres, 1 de cada 4 personas estaba desocupada), 7 de cada 10 niñas/os son pobres, la mitad es indigente. Así, el panorama social era desolador por donde se lo mire. Y en el aspecto político, la situación era igual o parecida ya que los aspirantes a presidente desfilaban a ton y son.
En la actualidad, la realidad es alarmante y golpea día a día sobre los/as que menos tienen. De esto venimos hablando en números precedentes. Tampoco está de más decir que la crisis es sumamente preocupante y al igual que en 2001, los números hablan por sí solos ya que éstos arrojan claridad sobre temas candentes: 32% de pobres, 10% de decaimiento industrial interanual, desocupación de 9,1% en 2018 y en crecimiento, aumento de tarifas, alimentos e inflación. Políticamente la situación se mueve entre una coalición de gobierno que no da pie con bola y una oposición histérica que no deja de auto-flagelarse.
Es innegable que se pueden trazar puntos en común entre ambos contextos, sobre todo cuando el denominador común es el deterioro económico. Y seguramente haya más similitudes que diferencias entre aquello y esto. Aún así es muy pretensioso aseverar que nos encontramos a las puertas de un nuevo 2001. No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que la política y la economía golpean fuerte. Las crisis siempre son producto del salvaguardo que los dueños del Capital hacen de sus ganancias. Desde arriba la “propuesta” es siempre la misma; desde abajo las respuestas generalmente difieren según donde y a quienes golpean las crisis. Desde arriba, el mensaje es más claro y uniforme; de abajo, las respuestas generalmente son más confusas y heterogéneas. ¿A qué vamos con esto? A que en 2001 y pese a que el tejido social estaba desecho, surgieron experiencias básicas de supervivencia expresadas en la metáfora por excelencia del “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Una experiencia interclasista que supo romper, tal vez por necesidad, con los moldes preestablecidos.
Hoy la situación es, en ese punto, totalmente antagónica. Y pese a que socialmente el contexto también es preocupante y en constante declive parece predominar el “sálvese quien pueda” fogoneado por la antinomia denominada burdamente como “la grieta”. Hoy es evidente que desde el Poder se apela a un “ellos/as” y a un “nosotros/as”. Lo llamativo es que también parece predominar esta actitud entre quienes sufren en carne propia los avatares de la economía.