Un elefante blanco (o albino) es un extraño tipo de elefante, pero no una especie distinta. Se caracterizan por tener la piel y los ojos de color gris claro a diferencia de la gran mayoría de sus congéneres que poseen una piel de tono gris oscuro. A este tipo de animales podemos encontrarlos primariamente en algunos países de asia meridional como Tailandia y Birmania.
La extraña apariencia y el escaso número de estos mamíferos vegetarianos dieron origen, en el reino de Siam (actualmente Tailandia), a una tradición donde se consideraba a estos animales como propiedad del Emperador. Al ser animales de gran tamaño, estos generaban altos costos de mantenimiento, con lo que el Emperador acostumbraba regalarlos a los cortesanos que le disgustaban. De esta forma podía llevarlos a la ruina, ya que no podían negar o despreciar este regalo.
Es así que luego de cientos de años esta expresión “elefante blanco” se popularizó para referirse, hoy en día, a una posesión que es inútil o molesta o, especialmente, que es cara de mantener y difícil de eliminar. Ejemplo de esto han sido aeropuertos, puentes, o los múltiples estadios de fútbol para los campeonatos de la copa del mundo.
Hace sólo unos meses se concluyó la demolición de un viejo edificio ubicado en Ciudad Oculta, conocido, ya que nunca tuvo nombre oficial, como “el elefante blanco”. Este es el nombre que terminó siendo usado para referirse a este edificio, incluso por los diferentes gobiernos de turno. La construcción comenzó a proyectarse en el año 1923 por parte de la Liga Argentina contra la Tuberculosis, su construcción comenzó recién quince años más tarde. Más adelante la obra quedaría paralizada por falta de presupuesto hasta el año 1948 cuando, el entonces presidente, Juan Domingo Perón expropia el edificio con intenciones de convertirlo en “el hospital más grande de América latina”.
Con el golpe de estado del año ’55 la obra queda paralizada y el edificio vuelve a las manos de la Liga Argentina contra la Tuberculosis, que ya sin fondos o perspectivas de realizar este proyecto decidió devolverlo al Estado. De esta forma en la década de los sesenta el edificio sería tomado por los/as vecinos/as para ser utilizado como vivienda. Llegamos entonces al año 2007 cuando es cedido a las Madres de Plaza de Mayo quienes decidieron seguir usando el emblemático nombre ya que en palabras de Hebe “como va a estar dedicado a la educación y el blanco tiene que ver con los delantales, es un elefante con un delantal blanco”. El sueño compartido de las Madres y el gobierno duró poco y luego del escándalo por presunto desvío de fondos abandonaron el lugar.
Pasarían diez años hasta que el gobierno de la Ciudad presentara un proyecto de saneamiento del lugar y la licitación para la demolición y la construcción de la nueva sede del Ministerio de Desarrollo y Hábitat de la Ciudad de Buenos Aires en ese mismo lugar en el que tantos años existió este elefante blanco.
Fiel al estilo posmo new age del gobierno de Cambiemos, esta vez de la mano de Rodriguez Larreta, la nueva sede ministerial será sustentable, inteligente y va a contar con grandes espacios verdes, al mismo tiempo que sumará paneles solares. Con cinismo se refieren a estos emprendimientos como “proyectos de integración”, maquillando, de esta forma, los abismos de clase existentes.
Estamos viviendo un momento en la historia donde la población de las ciudades en todo el mundo crece a una escala sin precedentes. Una gran parte de ésta sólo conoce condiciones de una pobreza absoluta, la indigencia donde gente pasa sus noches en las calles y sus días buscando algo que pueda servirles en la basura son una postal común en estos lugares.
De la misma forma que el Estado pretende levantar este moderno edificio en Ciudad Oculta, también lo hace con la construcción de la nueva sede del Banco Interamericano de Desarrollo en la Villa 31. No es por nada que el Estado ingresa de esta forma a las villas de la Capital Federal, no es caridad ni beneficencia, tampoco es parte de la campaña política. Son políticas de Estado, políticas de control donde se necesita que en los focos de posibles conflictos el aparato policial y militar del Estado pueda ingresar de forma rápida. Se ensanchan las calles no para que transiten las ambulancias sino para los patrulleros y su monopolio de la violencia.
Pero no es sólo el Estado sino también su convivencia con el Capital en su forma más primitiva el motivo de estas transformaciones, la propiedad privada de las zonas aledañas a estos barrios marginados se devalúa como es el caso particular de la Villa 31. Al generar este tipo de desarrollos especulan con los valores de la tierra y sus ganancias.
Ninguno de estos proyectos fue pensado ni por, ni para los/as vecinos/as de estos barrios. Barrios en los que se convive cotidianamente con la muerte de algún conocido, ya sea por la pasta base, la bala de algún policía o por la tuberculosis que genera más de 700 muertes al año en el país. Esa tuberculosis que el elefante blanco se suponía iba a combatir. Y acá tenemos que preguntarnos, ¿a quién le importa si el edificio que están construyendo es más o menos inteligente? ¿Si los árboles que se plantan son autóctonos o no? ¿Si hay paneles solares o más restaurantes para los empleados del ministerio?
En el fondo estos son proyectos que profundizan todavía más la exclusión, quienes no puedan o no quieran adaptarse a las nuevas necesidades del barrio se irán más lejos, donde nadie los pueda ver. Mientras, habrá algún policía custodiando los nuevos bienes que se pasearán por las veredas de casas que aún no tienen un techo.