Fuimos testigos de cómo el sistema se cobra dos víctimas más por las horribles condiciones de laburo. Este es el caso de la directora y el auxiliar fallecidos por una explosión de gas en Moreno. No vamos a analizar el hecho en sí, ya que miles de ‘expertos’ lo hicieron; sino que vamos a ver lo que se genera alrededor.
En Argentina mueren alrededor de 400 personas por año en accidentes laborales, de trabajo registrado, que si contamos el porcentaje que labura en negro, el número de víctimas se multiplica. Eso de decirle accidente es un eufemismo de asesinato del Estado y el Capital. Pero tampoco profundizaremos en esto, los datos están publicados.
El caso en particular (el de Moreno), se da en medio de una disputa entre gremios de la educación, estatales y la gobernación, por lo que el revoleo de culpas no se hizo esperar: fue la directora; fue el gasista; fue el consejo escolar; fue Vidal. Y trasciende una frase que hace mella: EL LÍMITE ES LA MUERTE. Quien la esgrime es Rodolfo Baradel, que durante la represión a docentes en Chubut dijera “EL LÍMITE ES LA REPRESIÓN”. Entonces surgen dos dudas terribles: ¿Cuál es el límite? ¿Quién pone el límite?
Decir que la muerte es el límite no sólo es una verdad de perogrullo, filosofar en nombre de la nada misma, porque claramente la muerte es un límite a la vida, sino que es precisamente correr el mojón hasta un lugar que ¿por qué habría que llegar? ¿Trabajar hasta la muerte está bien? Porque eso es lo que muestran exactamente las estadísticas nombradas anteriormente. Todos los años, un montón de personas de esta región (y del mundo) laburan hasta morir para que otro (el dueño o jefe, o todos los que lo sobrevivimos) disfrute de su sacrificio. ¿Está bien que en nombre del progreso deje alguien la piel? La respuesta es NO.
Obviamente, si asumimos que esa es la respuesta correcta, el límite no puede estar tan al filo de la vida. ¿Entonces el límite es la represión? ¿El límite a qué?
Las clases siguieron con medidas de fuerzas aisladas, conciliaciones obligatorias e internas entre quienes quieren ir más allá y los que no. Gana la banca. No es una exclusividad docente. Lo mismo sucede en todos los gremios, alcanza con dar un vistazo a la CGT que ya no entiende de medidas de fuerza.
Lo que es seguro es que cuando los/as laburantes se hartan, aparecen los delegados sindicales (salvo contadas excepciones) para poner un límite a las protestas; claro, de armarse quilombo peligra el kiosco que tienen montado en torno al trabajo de otros. Entonces nos limitan en cuando arrancar y hasta donde llegar.
Como dijera Malatesta “El límite a la opresión del gobierno es la fuerza que el pueblo se muestra capaz de oponerle” y partiendo de un lugar que estos tipos no tendrán ni después de muertos: La dignidad.