El dólar, directa o indirectamente, ha sido tratado como tema en notas de números precedentes. Sin embargo, en esas aproximaciones su enfoque siempre partió de la idea (o de las consecuencias) económicas. En esta nota la intención es indagar en cuestiones más subjetivas, ancladas en lo cultural, para entender un poco más eso de ver al dólar como actor principal de los vaivenes de la propia economía y de las conversaciones mundanas del día a día. Porque así como es palpable la preponderancia del dólar como moneda de cambio, también es manifiesta su importancia en los estereotipos sociales que en el cotidiano se construyen.
Por más que es real que entre el “argentino medio” y el dólar existe una relación histérica (e histórica), dejando a flor de piel una raíz individualista en la búsqueda de soluciones inmediatas ante una crisis económica; también es real que esto generalmente se debe a que del otro lado “del mostrador” las respuestas siempre son las mismas. En ese círculo vicioso, alimentado por experiencias inflacionarias, devaluatorias y de pérdida del valor real, es inevitable (o así parece al menos dentro de la lógica capitalista) esa especie de “sálvese quien pueda”, en este caso, en el resguardo del dólar como moneda. De esta manera, lo cultural/histórico guarda una relación directa y necesaria con el contexto económico.
El amor, generalmente platónico, entre “el argentino” y la moneda norteamericana tiene raíces históricas, rastreables en el tiempo. Según la historiografía económica hasta la década de 1930 / 40 el común de la gente con posibilidad de ahorro lo hacía en pesos, pero una batería de aspectos negativos, característicos de la Política de estos lares (corrupción, despilfarro, contextos inflacionarios, etc) influyó notablemente, al menos en el aspecto formal, para el viraje hacia el dólar como moneda de “resguardo”. Esa situación interna, sumado al contexto internacional de pos-guerra de fines de la década de 1940, hicieron posicionar a la divisa norteamericana como el elixir del pequeño ahorrista (con el propio desarrollo capitalista, esta vicisitud inicial daría paso a cuestiones de índole especulativa en la relación “economía nacional / dólar”) ante los embates internos.
Ahora bien, lo histórico por sí sólo no se convierte en cultural, sino que los hechos concretos deben ir acompañados de un relato que le de fuerza (en esto los peronistas son profesionales, pero no es tema de esta nota, sólo queríamos decirlo en la previa de la beatificación de San Néstor. Beatificación que ocurrirá antes de la salida del próximo número de esta prensa) y preponderancia social. Y en este punto parece oportuno hacer propias las aseveraciones de Ariel Wilkis, sociólogo especializado en “antropología del dinero” que, junto a Mariana Luzzi, son coautores del libro “El dólar, historia de una moneda argentina (1930-2019)”. Para dicho autor, la popularización del dólar se da en la década de 1960 ya que “es el momento en que se produce un cambio importante en el periodismo que tiene que ver con modernización, cambio de lenguajes, la mayor parte de los diarios de alcance nacional se reestructuran, cambian la ubicación de las secciones, aparecen notas firmadas, y la economía es tomada como una sección especial dentro del organigrama periodístico. Con ese cambio aparecen innovaciones en la forma en que se narra la economía, que pasa de ser técnica, codificada, poblada de números, para ser información que puede ser tapa, que puede ser narrada como crónica y acompañada por imágenes”. De esta manera la incertidumbre propiamente económica (dato concreto) es acompañada de una nueva forma de narrar (aspecto cultural), posibilitando (o allanando el camino) para la importancia manifiesta del nuevo actor social.
Aunque es un común escuchar erróneamente que la economía argentina está dolarizada, sí es manifiesto que en lo práctico se puede hablar de economía bimonetaria.
¿Y por qué bimonetaria? Por varias razones que van desde lo puramente económico, hasta cuestiones, si se quiere, psicológicas. Económicas, porque el dólar es el marcapasos que configura el abordaje político/económico de la Argentina ya que sus vaivenes cíclicos y su propio peso específico determina costos, deprecia salarios y motoriza la inflación. Su volatilidad es un juego de dominó que arrastra todo a su paso.
En su aspecto psicológico el dólar articula la subjetividad individual. Pensada la vida a largo plazo, el ahorro para bienes de uso (la compra de una casa, por ejemplo), para viajes o simplemente como resguardo, en Argentina se piensa y vive en dólares. Como dato estadístico, resaltar que hace cinco años atrás, según un estudio de la Reserva Federal de Estados Unidos, cada argentino (en promedio) tenía u$s 2000, mientras que en proporción en Brasil era de u$s 6 por habitante y en Panamá, donde el dólar es la moneda oficial, la relación era de u$s 600 por persona.
Para Julián Zicari, investigador del CONICET y de la UBA (Instituto Gino Germani) hubo un fenómeno clave que ayudó a consolidar al dólar en la Argentina y fue el “Rodrigazo” que, en 1975, licuó los ahorros de muchas personas. “Ahí comenzó la desconfianza absoluta hacia la moneda argentina”, sostiene. Posteriormente, en 1977 se confirma la reforma financiera, que habilita las cuentas en dólares, y a mediados de ese año se publica el primer aviso de una propiedad en dólares. Los primeros pasos de la transformación económica/financiera ya estaba en marcha.
Volviendo a Peronia
Mientras tanto, en el día a día, la brecha entre los polos (llámese dólar “oficial” y el denominado por el peronismo como dólar “ilegal”) se agiganta. Y en el medio del “legal” y el “ilegal” (¿en ese juego de palabras estarán más cerca de que polo?) al menos tres dólares con diferentes nombres que lo que hacen es llevar a una situación dantesca la economía Argentina en sí. Economía marcada al vaivén inflacionario de las diferentes recetas políticas que se impongan contextualmente.
Hace algunas semanas el gobierno de Alberto Fernández implementó nuevas medidas restrictivas en el acceso al dólar (cepo) para, de esa manera, sostener el valor real en la comparativa con el Blue, sin embargo, la brecha entre ambos parece alejarse cada día un poco más, augurando una posible, directa o encubierta, devaluación a raíz de la profunda recesión que se mantiene estable desde 2018.
Cepo para el ahorrista, inyección de dólares para la especulación de las cuevas. Restricciones para los que ahorran, goteo para los que fugan. En esa ambivalencia parece moverse la propuesta del gobierno. Y si faltaba algo para pintar de cuerpo el desconcierto económico, Alberto Fernández afirmando, cual papá enojado, de que los dólares no son para ahorrar, sino para producir. Una vez más apelando a la simpleza de culpar esa “cultura argentina” de pensar más en la moneda norteamericana que en el propio peso argento. Como si el dólar y su valor de cambio no fuese el termómetro que define precios, desabastecimientos y pérdida de valor real.
Por propios desconocimientos en la materia se nos hace complicado hacer análisis más complejos. Lo que sí tenemos claro es que los gobiernos cambian, los políticos se reciclan pero los perdedores seguimos siendo los mismos de siempre.