“Mañana campestre
Perfumada de azahar
Un gorrión se escapa de tu voz
En el río, la cara de los dos
El viento nos cuenta la historia de un lugar”.
Alberto Fernández
El cambio climático y sus consecuencias han tomado en los últimos tiempos relevancia mediática en el país. Pero cuando se habla del tema, es ineludible discutir la matriz económica y la posibilidad de cambiar, o no. En definitiva, se discute de política económica; y cuando se hace seriamente lo recomendable es partir de datos duros que, al menos esquemáticamente, nos permitan armar una radiografía del tema a abordar. Cuando se habla de economía no se puede soslayar del análisis la cuestión energética, ya que ésta es la que configura la forma en que nos relacionamos, en este caso, con el medio ambiente. Pero, ¿qué es una matriz energética? Según la definición de la web educ.ar “la matriz energética es una representación cuantitativa de la totalidad de energía que utiliza un país, e indica la incidencia relativa de las fuentes de las que procede cada tipo de energía: nuclear, hidráulica, solar eólica, biomasa, geotérmica o combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón”. De esta forma, el análisis (y la crítica) económica no debe dejar de lado el abordaje de la matriz energética que configura la política económica de un país. No para negar cualquier posibilidad de cambio, sino para entender que dicho cambio implica cuestiones profundas de carácter social, político y económico.
Hay dos fenómenos que a esta altura del partido parecen innegables y necesariamente deben verse como un todo. El primero es el calentamiento global y cambio climático. Existen minorías que cuestionan la injerencia del ser humano en este fenómeno, o directamente lo niegan, diciendo que es un tema natural.
El otro fenómeno es la necesidad del Estado Argentino de obtener dólares para pagar la deuda externa y volver a endeudarse. Existen minorías que cuestionan este hecho y sostienen que los dólares son para acabar con la pobreza, comprar molinos y paneles solares.
Los dólares y el cambio climático van de la mano, principalmente en los países pobres o “subdesarrollados”, los cuales ven como única salida seguir produciendo como hasta ahora. Y el seguir produciendo “como hasta ahora” implica entender que, en Argentina, la energía se obtiene en su mayoría de los hidrocarburos. El petróleo y el gas alcanzan casi el 90% del total energético del país. Como dato ilustrativo no está de más resaltar que, en Argentina, más del 60% de la electricidad se produce en centrales térmicas que funcionan principalmente a gas.
Cuando se definen las principales causas del llamado efecto invernadero, se mencionan varios gases que se acumulan en la atmósfera (de forma natural y por acción humana). Los principales son dióxido de carbono, por combustión de carburantes fósiles (petróleo, gas, hulla) y madera o deforestación. Metano, por descomposición anaeróbica de vegetales en tierras húmedas (pantanos, ciénagas, arrozales), aguas cloacales, la ganadería y el manejo de desechos. Óxido nitroso, emitidos por bacterias del suelo. La agricultura y el uso de fertilizantes con base de nitrógeno, algunas industrias y los combustibles fósiles.
En definitiva, la culpa es del gas y el petróleo, la agricultura intensiva, la ganadería y la deforestación. La culpa es Argentina. Con estos datos, queda más claro por qué el gobierno de Alberto Fernández, junto a otros, hicieron lobby para cambiar los “informes de evaluación” elaborados por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU encargado de evaluar la situación del cambio climático. El objetivo principal era modificar cuestiones que plantean la idea de “cambios urgentes” con respecto a los combustibles, y junto con Brasil, proyectaron que no es necesario reducir el consumo de carne por los gases de efecto invernadero. De todas formas, la cumbre COP26 no los complicó demasiado.
COP26: Juntos por el planeta
Así de romántico lo anuncia la ONU. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) reunió algo menos de 200 diplomáticos para acordar acciones sobre el cambio climático. Los acuerdos o anuncios van desde proteger los bosques hasta reducir los combustibles fósiles, pasando casi todo por quien pone la plata. La idea es que los países ricos financien la transición de los países subdesarrollados, como si aquel que “ya se la mando”, le pague al otro para que “no se la mande”, algo que el gobierno argentino pide donde lo dejen hablar.
La cumbre fue lo que se esperaba, los asistentes expresaron “alarma y máxima preocupación en relación con las actividades humanas que han provocado un incremento de 1,1 °C en las temperaturas hasta la fecha, los efectos del cual ya se aprecian en todas las regiones, y con que los presupuestos de carbono actuales destinados a alcanzar el objetivo de temperatura del Pacto de París son poco ambiciosos y se exceden rápidamente”, para concluir que los compromisos asumidos “reflejan los intereses, las condiciones, las contradicciones y la voluntad política en el mundo actual. Suponen un paso importante, pero, desgraciadamente, la voluntad política colectiva no ha sido suficiente para superar algunas contradicciones fuertemente arraigadas.”
La grieta inexistente
Resulta cómodo pensar que la grieta entre las dos últimas coaliciones del gobierno es abismal. Es más fácil para justificar medidas, fidelizar votantes y tener a mano un chivo expiatorio. Con la misma facilidad se dice que Argentina no tiene “políticas de Estado”. Pero que sea cómodo no alcanza. Argentina es un país exportador de materias primas. Se puede hablar de “supermercado del mundo”, de “sustitución de importaciones”, que Vaca Muerta, que Vaca viva, ser progre o liberal, o neoliberal progre o ser liberal de izquierda, hasta se puede hablar de nacionalismo y soberanía alimentaria. Se puede todo eso junto mientras se afirma todo lo contrario. Total, es discurso.
El Estado quiere exportaciones del agro, y si para eso donde había montes nativos ahora hay soja, trigo o vaquitas, se banca la parada. El ministro actual no tiene una línea de pensamiento diferente al de la gestión anterior. El Estado necesita petrodólares, así que el gobierno de Alberto, continúa la política de Mauricio, ignora las audiencias públicas y habilita la exploración frente a las costas de Mar del Plata.
El ministro de medio ambiente saldrá en la TV a decir que es por los niños pobres, para comprar paneles y eso sí, pagar la deuda que nos dejó el macrismo. Seguramente afirmaría con la misma convicción que estamos frente a un “ecocidio” si el gobierno fuera otro (quizás también algunos de los que hoy se oponen, darían al menos su apoyo crítico si el gobierno fuera otro). Lo mismo en Chubut con la minería. Lo mismo, salvo que la gente en, darían al menos su apoyo crítico si el gobierno fuera otro). Lo mismo en Chubut con la minería. Lo mismo, salvo que la gente las calles les complicó la movida.
Hay un mundo mejor, lo que pasa es que es carísimo.
Las posibles soluciones técnicas al cambio climático están cada día más cerca, incluso las de mitigación son un hecho. La decisión es política y económica.
Se puede producir alimentos sin afectar tanto al medio ambiente y se debería discutir el concepto mismo de “alimento”. Por ejemplo, el consumo de carne es altísimo y (para variar) está muy mal repartido. Para sumar, gran parte de la agricultura está pensada para alimentar al ganado. En el sistema actual, comer verduras y carne producidas de manera tradicional (una vaca que camina y come pasto, verduras cultivadas sin el paquete de fertilizantes, pesticidas, etc.), es caro para la mayoría de la población.
La “movilidad” también avanzó mucho en el uso de combustibles. La industria automotriz crea todo el tiempo motores de menor consumo y el cambio hacia la alimentación eléctrica es un hecho. El acceso a un tipo de estos vehículos se hace imposible para un laburante medio. Por lo menos hasta que exista un mercado de usados.
Por último, la generación de energía también tiene un camino a recorrer. Al igual que el alimento, necesita un debate serio sobre el “para que” y “cómo” se distribuye. Hoy resulta más barato quemar gas o carbón, porque la infraestructura ya está, a instalar molinos eólicos. Pero también es real que, el cambiar a molinos eólicos (ejemplo burdo, pero que intenta ser esquemático del problema) implica cambiar la matriz energética, y con ella la forma en que producimos, distribuimos y consumimos.
¿Cuál es la discusión?
Por momentos las discusiones sobre el tema son algo confusas, incluso podría pensarse que es intencionado. Se habla de mares y ríos limpios por parte de los que están a favor y los que están en contra. La política promete seguridades y controles que al menos en Argentina, se convierten en cuestiones de fe. El “artivismo”, buscando generar efectos, está muy cerca de convertirse en la señora que para discutir la legalización del aborto se paseaba por los canales de TV con el muñequito con forma de feto.
La discusión pasa a ser moral. De un lado, los lagos y la fauna autóctona andando libremente, mientras la agroecología nos da de comer a todos. Del otro, los niños pobres que dejan de tener hambre y acceden a los servicios básicos y sonríen gracias a los dólares. Somos anarquistas, así que no vamos a decirle a nadie que es utópico, pero ambos “bandos” están muy cerca de serlo.
Hablamos antes de frases cómodas, ahí va una: es el Estado y el Capital, es el Sistema. Podemos dejar la solución en manos de los que mandan, o realmente pensar en un cambio radical del sistema de vida.
La primera opción implica confiar en que el capitalismo se vuelva verde del todo (o al menos se diferencie entre “capitalismo bueno y capitalismo malo”) y por maximizar ganancias logre un cambio. También podría ser fortalecer al Estado de modo tal que ponga límites claros al Capital y los obligue.
La segunda opción implica muchas cosas. No es esta la nota donde intentamos profundizar sobre este punto. En líneas generales, hablamos de pensar en los modelos productivos, las formas de vida y consumo. En el “cómo” y los “para qué” de tantas cosas. Desde la energía, el transporte, la comida y la manera de lograr que la distribución sea por lo menos justa.
No parece quedar demasiado tiempo.