Cualquier cosa que no pase online va a ser transmitida online de todas formas. Podrá ser por Facebook, Twitter o incluso WhatsApp pero la tecnología formó una nueva realidad en lo virtual y pasó tan deprisa que no nos dimos cuenta. Llegados a este punto, los cambios probablemente sean irreversibles.

Con el remplazo del espacio físico por el simulacro virtual, las redes sociales produjeron un cambio crítico en como vemos a las sociedades y a nosotros/as mismos/as en relación a los demás. Dentro de este espacio el individuo tiene que redefinirse y acomodarse para ser compatible con lo que cada medio espera de él, ya sea compartir como se siente, que es lo que come, a donde sale o quizás dar agudos mensajes políticos en 140 caracteres.

Cuando lo privado se convierte en público nuestra conciencia sobre nosotros/as mismos/as aumenta a niveles extremos. Contamos con un mayor control sobre cómo nos presentamos a los demás y podemos convertirnos en el individuo que queramos ser. Editando hasta el ultimo detalle podemos crear una vida de fantasía.

Y es en este proceso, donde nos identificamos y reforzamos con un algoritmo que nos dictamina cómo deberíamos ser, que el individuo de verdad (ese que necesita comida y oxígeno) se desestabiliza. Las interacciones reales se abandonan dando paso a la creación de situaciones ficticias por el simple hecho de tener algo que compartir. Conectados/as a las pantallas que acompañan nuestras vidas esperamos, cual adictos, a el próximo like, el próximo mensaje que nos marque que estamos en el camino correcto.

Estamos más conectados, es cierto que los avances tecnológicos permitieron facilitar la comunicación, tenemos a nuestra disposición el conocimiento y las experiencias de personas de todo el mundo. Pero ¿Qué conseguimos con esto? ¿Dejamos de lado las fronteras y nos convertimos en una sociedad global que comparte ideas y proyectos en común? ¿Dejamos de ser xenófobos/as, sexistas, racistas, homofóbicos/as, fascistas o personas que creen que un embrión sin sistema nervioso central es una “vida”?

No.

Lo único que hicimos fue usar las redes como vidriera de nuestras vidas, tratar de conseguir más reconocimiento de los demás y convertirnos en adictos a los likes de gente que ni conocemos ni debería importarnos. Esto nos llevó a tener personalidades cada vez más débiles, sensibles y caprichosas. Sobre todas las cosas, logramos construir personalidades fáciles de dominar, donde con cualquier cortina de humo nos mantienen con el puño en alto gritando al vacío al tiempo que nos sacamos una selfie y esperamos que lleguen nuestros nuevos seguidores.

Cada quien tiene su propio nicho en este paraíso democrático, nos encanta el eco que producen nuestras voces y los algoritmos aprenden de la misma forma que lo hacemos nosotros/as, si hablo en contra del gobierno y tengo muchas reacciones positivas voy a seguir hablando así ya que es lo que la gente que me sigue quiere leer. Sin ayuda vamos levantando muros impenetrables de amigos y un sinfín de noticias y anuncios publicitarios que nos ciegan. Cuando algo se filtra por estos muros lo rechazamos de plano, tenemos un exceso de confianza sobre nuestras creencias que nos previene de cualquier opinión contraria.

La llamada grieta como se la conoce en Argentina, pero que puede verse con características similares en otros países que se ven atravesados por los mismos procesos políticos y culturales, es ejemplo de esto. Generando una polarización ficticia basada en los discursos que se plantan desde los medios de comunicación y los dirigentes políticos, todo el que esté del otro lado de esta “grieta” es un posible enemigo.

Negamos la opinión contraria por la fuente de donde viene, podemos decir que tal o cual medio tiene una opinión sesgada, o que, simplemente, quienes generan los datos son corruptos. Y así, sin más, nos desligamos de cualquier debate.

Pero las cámaras de eco no son algo especial del terreno político, sino de cualquier grupo que rechace los argumentos en su contra. Los anti-vacunas son un claro ejemplo de una cámara de eco, también quienes llevan adelante algunas dietas, tradiciones intelectuales, religiones, etc. Lo que siempre tenemos que preguntarnos es lo siguiente: ¿Este grupo ataca la confianza de cualquier información ajena que no subscriba a los principios del grupo? Si esto sucede, probablemente sea una cámara de eco (o una secta, pero esa es otra historia).

El gobierno anterior se aseguró de generar apoyo bajo el lema “Clarín miente” al mismo tiempo que desplegaba todo un aparato de medios afines al gobierno. Cualquier cosa que estaba por fuera de la opinión oficial se podía catalogar simplemente como una mentira. Por supuesto que Clarin miente como también lo hizo y lo hace C5N, y cualquiera de estos medios que sólo se interesan en llevar adelante su agenda política.

Pero cuando un gobierno hace uso de estas estrategias que vemos en las redes sociales estamos ante un nuevo tipo de aparato de manipulación.

En el año 2011 la entonces presidente Cristina Fernández de Kirchner, con el apoyo del FBI, el NIST y la Interpol, puso en marcha el Sistema Federal de Identificación Biométrica (SIBIOS). Reuniendo todos los datos biométricos de las personas en una gran base de datos este sistema permite, en tiempo real, identificar a cualquier persona a través de una imagen. De esta forma este sistema puede reconocer y seguir a cualquier persona cuyos datos hayan sido ingresados.

En el año 2012, Argentina comenzó a registrar información biométrica de los recién nacidos con SIBIOS. Los nuevos DNI, que desde Abril de 2017 son los únicos documentos válidos, suman a los registros de esta base de datos, alcanzando a 40 millones de argentinos/as dentro del próximo año. Siempre volvemos a lo mismo, los datos que vamos dejando como migajas por cualquier lado pueden ser usados para perfilarnos y encasillarnos en categorías. Luego el gobierno de turno puede hacer uso de esto para lo que le de la gana.

¿Pero qué pasaría si estos datos se mezclaran con los que juntan las redes sociales? ¿Qué pasaría si cada uno de estos datos fuesen clasificados como positivos o negativos?

Imaginemos un momento un sistema donde todos estos datos se juntan, nuestro estado crediticio, las facturas que pagamos, los libros que leemos e incluso la gente con la que nos juntamos. Con esta información alguien podría caracterizar que tan confiables somos, a quien darle trabajo, quien seria mejor candidato/a para adoptar un hijo, a quien prestarle dinero, etc. Se podría armar un sistema de puntos sobre los individuos, un ranking de buenos ciudadanos.

Pero esto no es un futuro distópico, esto se está llevando adelante en este momento. El gobierno Chino está en la fase de pruebas del SCS (Sistema de Crédito Social) para poder clasificar a sus 1.3 billones de ciudadanos. Por ahora la participación es voluntaria, pero para el 2020 será obligatoria. El comportamiento de cada persona en China va a ser clasificado y catalogado en un ránking, ya sea que les guste o no.

El gobierno le dio la licencia a varias empresas privadas para que desarrollen los sistemas y algoritmos para los puntajes de este crédito social. Estas empresas toman en cuenta datos como el estado financiero y crediticio pero también los comportamientos y las preferencias de cada uno/a. Dentro de este esquema se juzga también a las personas por las cosas que compran, por ejemplo, el puntaje será muy diferente si lo que se compra es juegos de video en vez de pañales.

Existen, por suerte, formas de mejorar el puntaje como hablar bien del gobierno o de lo bien que está yendo la economía, esto es caracterizado como “energía positiva” para una de estas empresas y podría ser parte del programa oficial en unos años. Quizás lo más destacable es que el puntaje de una persona está atado al comportamiento de sus amistades, bajo el nombre de “relaciones interpersonales” se categoriza a las personas en base al puntaje de sus conexiones. Si alguien habla mal del gobierno, por ejemplo, eso podría afectar el puntaje de la gente con la que este conectado/a.

Pensemos un momento lo que significa, si el futuro de una persona y de sus hijos está atado a este sistema de puntos, es la misma sociedad la que se regula y censura. Se le diría a amigos y familiares que guarden sus opiniones, ya no por lo que podría pasarle a ellos sino porque afectaría a todos.

El programa ya tiene millones de voluntarios/as, se ha publicitado como algo que podría beneficiar a la gente dando premios en vez de castigos, por lo menos hasta que sea obligatorio en dos años. Sesame Credit, una de las empresas participantes, comienza a otorgar premios cuando el puntaje llega a 600, ahí pueden tomar un préstamo de 5.000 yenes para comprar online (mientras sea en Alibaba, una compañía afiliada del grupo). Al llegar a 650 puntos se puede alquilar un auto sin dejar depósito, 700 y se puede viajar a Singapur sin presentar documentación extra que es requerida para otros ciudadanos.

Los puntajes altos ya se están convirtiendo en un símbolo de status, con mas de 100.000 personas haciendo alarde de altos puntajes en Weibo (la versión China de Twitter). El puntaje también impacta en uno de los sitios de citas más grandes de China, Baihe. A mayor puntaje más posibilidades de conseguir una cita en este sitio.

Como vemos, el gobierno quiere disfrazar el control social como si fuese un juego inocente. El espacio virtual y el físico están confluyendo. La mezcla de las experiencias de ambos planos generan nuevas personalidades, como vimos con Facebook, donde las personas presentan una imagen editada e idealizada de sus vidas.

En definitiva, China no está haciendo otra cosa que implementar los sistemas de recompensas a los que la gente está acostumbrada en las redes sociales, pero en el mundo real.

El mensaje es claro si te portás como un buen ciudadano vas a ser recompensado, mientras te hacen creer que te estás divirtiendo. Bienvenidos al control social 2.0.