Resulta difícil comenzar este escrito porque por esencia los anarquistas somos antidemocráticos/as, ya que su tronco ideológico es antagónico a nuestras maneras de ver y entender “lo social”. En pocas (pero directas) palabras, sostenemos que la democracia, como relación, no es más que una determinada forma de organizar el Poder, mediante el cual las mayorías a través de la contradictoria idea de “pueblo” (por ende la “voluntad general”) imponen su visión de lo social al resto de la “masa” (o sea, la porción que queda del “pueblo”). De esa manera, las mayorías, a partir de sus representantes elegidos por el sufragio, no hacen más que pasar a ocupar el lugar de Estado, con todo lo que ello implica.
Esta, si se quiere, es la parte “teórica” del asunto, los argumentos generales de nuestra posición antidemocrática. Pero como no pretendemos caer en la necesad de las palabras, o en la pulcritud de la Idea, somos conscientes que “lo democrático” también se construye desde aspectos más básicos (o terrenales, si le cabe la expresión). Y esa construcción, muchas veces, apela a componentes inconscientes más que a determinismos teóricos/ideológicos. ¿Qué queremos decir con esto? Que generalmente la gente de a pie vota (“eligen” dicen los políticos) pensando más en cuestiones “de bolsillo” personales que en el “bien general”. O sea, que el aspecto económico, en su visión individual influye en la elección de “este” o “aquel” candidato. Otra característica íntimamente ligada al aspecto económico, es el de la “carga emocional” ya que el humor general repercute invariablemente en “lo que sentimos”.
Ahora bien, la intención no es que lo dicho hasta ahora sea un impedimento para avanzar en nuestros argumentos. Simplemente es dejar manifiesto que nuestras ideas tienen en cuenta estas situaciones generales, pero no por eso nos sentimos limitados a argumentar nuestra crítica general a la democracia y todo lo que ella encarna. Por último, y sin caer en el facilismo de decir que todas las democracias son iguales en las formas que propone como relación, sí afirmamos que la matriz general parte de un punto común y las caracteriza de igual manera. Es obvio que no es lo mismo Lenin Moreno en Ecuador que Iván Duque Márquez en Colombia; o Mauricio Macri en Argentina que Tabaré Vázquez en Uruguay o Nicolás Maduro en Venezuela y Jair Bolsonaro en Brasil. Es evidente que entre ellos guardan diferencias reconocibles, aunque también muchos puntos de encuentro que nos ayudan a afirmar que no son fruto del azar, sino que nos encontramos en un momento histórico con un giro ideológicamente marcado por aspectos comunes: fuertes políticas neoliberales en lo económico; reducción de la figura estatal, preponderancia de los mercados y leyes represivas más duras contra “lo disidente”, entre otras características. Pero así como afirmamos que los gobiernos no son todos iguales, sí decimos que los políticos lo son ya que todos/as, sin excepción, tienen una visión instrumental y funcional de la política.
Retomando la idea del giro ideológico en el contexto actual, creemos que la situación venezolana es el ejemplo más claro al respecto. Cual T.E.G, la política global, y con ella los Estados occidentales, juegan sus fichas en el contexto venezolano. Para las democracias, básicamente las sudamericanas, Maduro es una piedra en el zapato dentro de la coyuntura de la “era Trump”. Y como tal debe ser, de alguna manera, aleccionado dentro del juego político. Y decimos político porque desde una visión económica Venezuela sigue siendo proveedor importante de petróleo para el estado del norte. O sea, que Trump tiene una doble vara que depende según el interés. Sea este político o económico.
Y Maduro no se queda atrás en esto de las contradicciones ya que habla de “imperialismo anglosajón invasor” pero uno de sus sostenedores (discursivo y político/económico) es Putin. O peor aún, vomita diatribas contra el “capitalismo salvaje” y mantiene lazos estratégicos con China.
Ya lo dijo en su momento Bakunin “todo Estado es, por esencia, expansionista según sus posibilidades”. Es evidente que lo que está en juego es quien se queda con la tajada más grande de la torta. Con esto no es que nos alineamos (ni críticamente) con el “proceso bolivariano” en el gobierno. No. Como anarquistas nuestra posición es clara, simple (o simplista para muchos/as), coherente para nosotros/as: ni con unos, ni con otros. Por la libre asociación, en libertad e igualdad. Por la revolución social, por la Anarquía.
Diferencias sustanciales con “lo democrático” desde una visión anárquica
Ya desde una cuestión etimológica, la diferencia es antagónica. Mientras que “anarquía” es sin gobierno; “democracia” es el gobierno del pueblo. El contraste es basal y está dado en la importancia que se le da a la individualidad. Desde sus fundamentos básicos el anarquismo entiende a la anarquía no como una barrera de la individualidad, sino la posibilidad de que ésta se desarrolle plenamente. Por eso su idea de que la libertad no es un límite como entienden los demócratas (“mi libertad termina donde empieza la del otro”), sino una proyección. En líneas generales, los teóricos de la democracia sostienen que “la comunidad” es el ente soberano, y por ende, la individualidad debe sujetarse a ella. Por su lado, el anarquismo entiende que “la comunidad” se enriquece y tiene sentido a partir de la individualidad. Esta posición, que parece simple teoría, es el puntapié inicial que diferencia ambas corrientes.
Siguiendo el posicionamiento ácrata, es detectable que “lo social” se compone de un sinfín de individualidades diversas, otorgándole una cierta característica plural donde lo personal no se pierde en la grupal. Por eso, los/as anarquistas no admiten estructuras coercitivas ni de Poder que la gobiernen, o que bajo el falso pretexto de la “representación” ejerzan en su nombre funciones administrativas, económicas y políticas. La pregunta que se desprende es ¿y cómo se pretenden organizar los/as anarquistas? Básicamente en la idea de la “libre asociación”, aquella que permita organizar “lo social” a partir de la convivencia no forzada. La democracia, por el contrario, exalta la figura de lo grupal por sobre lo individual. De hecho lo personal queda relegado a un segundo plano en pos del “bien común” legitimado a partir de un “contrato social” que vaya a saber cuándo fue firmado u otorgado como cheque en blanco eterno.
O sea, que las_os anarquistas exaltamos la preponderancia de lo individual como motor de “lo social”. Pero para que la sociedad realmente tenga razón de ser y no sean sólo bellas intenciones necesita que en los individuos prime lo ético_moral como fundamento esencial ya que es la única manera de que la convivencia como tal limite normas a su mínima expresión. Y lo ético/moral lo comprendemos desde la individualidad conformada a partir de cuestiones elementales, tal cómo, la solidaridad de clase, el apoyo mutuo, la horizontalidad, la libertad en igualdad, y la igualdad en libertad. Consideramos que éstas son características que nos diferencian de los preceptos liberales sostenidos desde una visión egoísta, competitiva y economicista de la vida en sociedad. En palabras de Rodolfo González Pacheco, “para nosotros, los anarquistas, cada hombre es un valor real. De él puede extraerse un aporte que servirá, cuanto menos, a su vida”
La democracia, por el contrario, basa su razón de ser en la Ley como “palabra sagrada” que le da sustento ideológico y material a su idea de sociedad. Y como ésta no es más que una situación artificial, necesita de todo un andamiaje jurídico/represivo que le permita imponer su particular manera de relacionarse. La democracia se fundamenta en la fuerza de la mayoría a partir del voto, el anarquismo en la importancia de la individualidad y el libre acuerdo, borrando de plano antinomias propias de lo artificialmente unido.
Sin ser terminantes ni rigurosos/as más allá de lo necesario, consideramos que éstas son algunas de las diferencias sustanciales que nos separan con la idea de “lo democrático”. Ya habrá momento para explayarnos en cuestiones más cruciales como la noción de “revolución social” o “clase”. Por ahora con estas líneas alcanza para argumentar, sin miedo al qué dirán, nuestra posición antidemocrática.