La Política se arma a partir de relatos, de eso puede dar testimonio la historia contemporánea argentina. El relato como tal no tiene un fundamento racional que lo guíe; se cree o no se cree. Y en cuestiones de fe no existen las “medias tintas”: o se es blanco o se es negro. Se es amigo o enemigo. En esa lógica bipolar se mueve, cual péndulo, la política (y por ende los políticos) argentina desde hace décadas.
La economía, o, mejor dicho, las cuestiones económicas, no escapan a esa regla. Hay relatos que se imponen por temas de coyuntura y por propio peso específico, como por ejemplo la idea de “Década Ganada” (no es la intención de estas líneas el debate de la legitimidad, o no, de esa frase). Y otros que, por flaqueza discursiva, retórica gastada y cruda realidad, no hacen mella en la opinión pública por más efervescencia mundialista. En esta última característica se mueve el discurso oficialista de Alberto Fernández que, pese al esfuerzo militante de su cada vez más pequeño “círculo rojo”, carece de impronta triunfalista.
Hay que retrotraerse unos meses para reconocer su última artimaña en esta línea respecto al “relato” como catalizador y cohesionador de discursos y políticas de gobierno. Más precisamente al mes de marzo cuando, sin ton ni son, vociferó que “vamos a empezar otra guerra: la guerra contra la inflación”. En ese momento, el INDEC informaba que los precios de la canasta básica habían subido un 4,7% en febrero. El derrotero militarista desde ese momento fue cuesta abajo ya que marzo dio el friolero porcentaje de 6,7% y, desde ahí, los precios siguieron subiendo. Actualmente el global anual, terminando el año es de 85,3%, aunque en la comparación interanual registró un incremento de 92.4%
Ahora bien, hablar de guerra implica reconocer bandos, determinar amigos y enemigos, contabilizar pérdidas, hablar de daños colaterales para justificar la ética propia. Implica tomar postura, pasar a la acción. Siguiendo este “juego” podemos, sin miedo a equivocarnos, confirmar que esa declaración oficial de guerra, exclamada en marzo, y con una inflación en casi los tres dígitos es una derrota catastrófica y que su comandante en jefe firmó la rendición incondicional.
Pero no todo quedó ahí, ya que después de este relato belicista con el telón de fondo de la guerra real entre Rusia y Ucrania (una vez más la falta de cintura en su máxima expresión), el presidente Alberto Fernández arremetió con otra frase en la misma tonalidad: *“le vamos a declarar la guerra a los especuladores”. *Ahora Fernández se corría de la vaguedad discursiva inicial (“guerra a la inflación”) para personalizar (“guerra a los especuladores”). Se pasó a un relato de quién encuentra al culpable del problema. Y lo que nos dice el gobierno, no directamente, sino discursivamente, es que lo determinante no es resolver los problemas estructurales, sino al mejor estilo Torquemada encontrar un “Culpable”; y los misteriosos especuladores siempre sirven. Obviamente que en Política los que hoy son especuladores, mañana son intermediarios, y pasado mañana empresarios codiciosos: siempre tiene que haber un enemigo. Aunque también es real que, dependiendo del viento que sople, tranquilamente se pueden volver amigos, decentes y sostén de la economía argentina dando trabajo a los argentinos. Sólo depende de qué lado de la grieta estén al momento, o si aportaron, o no, a la campaña. Parafraseando al gobernador de ojitos celestes: “el Estado presente te cuida de esos malos empresarios que te quieren subir los precios”. Y por eso el actual ministro de economía, Sergio Massa, se vanagloria de los “Precios Justos”. Es lo mismo que argumentó Fernández y posteriormente Kicillof, pero ésta es una guerra de baja intensidad. El gobierno es bueno y te cuida de los empresarios malos e injustos. Lo que no dicen ninguno de los tres es que los “Precios Cuidados” acumulan un aumento del 1500% de inflación.
Todo es relato. O al menos todo se intenta argumentar/explicar a partir de dicha construcción. Pero estos artilugios comunicacionales tarde o temprano terminan en un rotundo fracaso porque chocan inevitablemente con la realidad de todos los días. Y en ese choque entre lo construido políticamente y la realidad, las piezas tarde o temprano tienden a acomodarse. Ya lo dijo Fernández: “lo importante no es la inflación, sino que los sueldos le ganen a la inflación”.