Desobedecer al gobierno, renegar de las normas que impone el Estado y el sistema, mostrarse inclaudicable a través de planteos morales, negarse a dialogar con el enemigo, ser una amenaza para las instituciones tradicionales y algunas cositas más. Todo esto que parece un panfleto nuestro, basado en conceptos genéricos, no es otra cosa que la forma en que se mueve la política en estos días. De un lado al otro del abanico político entienden que, en determinados contextos, como por ejemplo el de las elecciones, la forma mas beligerante, garpa.
Desde la oposición republicana y como Dios manda, esgrimen argumentos como que es el momento de eliminar el kirchnerismo, tal y como plantea su jefa, Patricia Bullrich; en la vereda de enfrente, los progresistas populares (y como Dios manda) dicen cosas como… lo mismo, como podemos apreciar en palabras de Emilio Pérsico diciendo que necesitamos 20 años de un gobierno peronista y que esta democracia de la alternancia no camina. Quizás tenga razón, quizás no, lo importante es que en estos momentos dice lo mismo: eliminar al otro.
Mientras la política juega a ver quién elimina a quién y se queda con el botín (obviamente, la lucha es por el poder y las cajas que vienen con el), somos testigos de un entramado social que se va deshaciendo, donde el que piensa distinto es el enemigo, aunque todos lo hagan en nombre de la tolerancia y la libertad, y el hambre y la miseria ganan nuevamente el papel protagónico. En ese contexto, otra pata importante de la discusión son los dueños del capital que, como animales de caza, perciben la debilidad de la presa… mas aún si esta, ya está sangrando. Es el caso de la relación actual del gobierno con los formadores de precios, los grandes empresarios.
Luego de las PASO, y ante el advenimiento de las peleas intestinas del frente gobernante a la vista de todos, el empresariado entendió que era el momento de presionar por sostener o mejorar sus privilegios. Mas allá de los desmanejos de gestión de conflictos que posee el gobierno (no para de darle de comer a la oposición con errores no forzados, uno tras otro), en las últimas semanas y ante la instrumentación de medidas paliativas digamos (porque no cambia ninguna relación de fondo), como el de fijar precios para controlar la inflación, no se hizo esperar una andanada de críticas y de rechazos de apoyo tanto de sectores políticos como de sectores económicos que hoy auguran desabastecimiento. ¿Quilombo? Aumenta el dólar. ¿Fin de año? Aumentan los precios.
Al mejor estilo Nerón, parece que todos los que tienen cierta responsabilidad (aunque no nos guste) sobre la realidad que nos toca vivir, con tal de ganar un poco más o sostener lo conquistado (pero en nombre de los valores, la libertad, la república y la moral) son capaces de quemarlo todo, con nosotros/as adentro.
Parafraseando a Durruti, no nos asustan las ruinas ya que somos nosotros/as quienes hemos construido y fabricado las cosas, por lo que podemos volver a hacerlo, pero la cuestión radica cada vez más, en sacarnos de encima estas clases parásitas lo antes posible.