[La historia ocurre dos veces] “una vez como tragedia y la otra como farsa”. Karl Marx.

El 21 de diciembre de 2001, cerca de las nueve de la mañana, Fernando de la Rúa subió al auto que lo esperaba y se dirigió a la Casa Rosada para formalizar su renuncia. Algunas horas antes, durante la jornada histórica del 20 de diciembre, había tenido que abandonar el lugar en helicóptero, dejando una carta de renuncia a la Asamblea Legislativa que no fue tratada hasta el día siguiente. El plan económico y las decisiones políticas habían creado un ambiente propicio para lo que se convertiría en una de las mayores crisis sociales en la historia del país. 

Ese mismo día, el 21 de diciembre, Fernando de la Rúa también firmó su último decreto, anulando el estado de sitio que había decretado originalmente por treinta días. Este había sido impuesto sin el apoyo del cuerpo legislativo, una acción que pasó sin demasiadas objeciones en medio del tumulto popular. 

A pesar de que mas treinta muertos despedirían su presidencia la democracia seguía intacta y muchos políticos responsables del desastre todavía generan titulares al día de hoy, como el ex Ministro de Economía, Domingo Cavallo, y la ex Ministra de Trabajo, Patricia Bullrich; junto al séquito de políticos que se ha denominado casta y hoy se alinea junto al nuevo gobierno.

Dêmos

Las disputas políticas de los frentes partidarios mantuvieron en suspenso a la población la mayor parte de un año que ha mostrado ser terrible en lo económico. La actividad política luego de sus peleas internas ha buscado simplemente lograr medidas de corte electoral para conseguir votos logrando forzar un balotaje entre el actual Ministro de Economía y el candidato de La Libertad Avanza. Tras la jornada del balotaje, Javier Milei llegó al poder mientras los hilos de la política que hicieron posible su victoria lo atrapan cada día más.

Milei, con habilidad, armó una fuerza novel que, a pesar de su notoria falta de capacidad operativa, fue apadrinada por un sector del PRO para alcanzar la presidencia. Los análisis de cómo sucedió esto no son materia de demasiado debate: el ministro de esta economía no tenía muchas oportunidades de ganar. La campaña, más que proponer, buscó los discursos del mal menor ante la amenaza de la llegada del ahora flamante presidente. El mérito, por supuesto, sigue siendo de Milei, que sin tener la presencia en los barrios que tiene el peronismo, supo entender cuál era el principal reclamo de una gran mayoría de la población. Los precios no paran de subir, el trabajo no alcanza, la vida se hace cada vez más cara, y el candidato del actual gobierno no pudo dar ninguna certeza sobre cual podría ser el futuro si llegaba al poder.

La campaña de Sergio Massa fue mejor de lo que cualquiera podría haber imaginado, el malmenorismo, sumado a la pésima performance de Patricia Bullrich, casi le dan una victoria en primera vuelta. Sin embargo, el discurso anti Milei no pudo lograr su cometido en el balotaje, la campaña puso como objetivo alejar el foco del presente para ponerlo en lugares de índole cultural que en este momento no le hablaban a suficiente gente. Existe una fantasía dentro de algunas corrientes progresistas que presupone que la democracia, en sí misma, es un valor altamente ponderado en la sociedad argentina. Este discurso se basa más en una cuestión de fe y cámaras de eco que en la realidad social; una campaña con tanto foco en este tema no podía ganar las elecciones.

No por nada, la candidatura de Wado de Pedro fue retirada. Si la sociedad, en su mayoría, ponderase la democracia como valor primario de forma suficiente para ganar las elecciones, el candidato hubiese sido el hijo de militantes montoneros asesinados por la dictadura, fundador de HIJOS, que terminó la jornada del 20 de diciembre hospitalizado luego de la detención y golpiza que había sufrido en Plaza de Mayo. Existió un análisis equivocado por parte de la actual fuerza de gobierno, que proponía que la sociedad se había derechizado y que el “candidato de la embajada” tenía mejores posibilidades de lograr los apoyos necesarios para llegar al balotaje. Este análisis condescendiente evitaba entender la realidad de que la economía diaria es lo que tracciona los apoyos políticos y que, para mucha gente, la dictadura es un tema del pasado.

Por un lado, pasaron demasiados años para que la memoria colectiva pueda retener los miedos a la dictadura militar, o creer que puede ser posible una realidad como esa en la actualidad. Por otro lado, la banalización de conceptos y palabras, fruto del uso del discurso de los derechos humanos para la política partidaria, ha servido para que exista un descreimiento de sectores de la sociedad ante esas advertencias. Si todo es una dictadura, entonces nada es una dictadura.

Algunos de las generaciones más jóvenes de aquellas jornadas, quienes nacimos en los últimos años de la dictadura o en los primeros de la democracia, teníamos claro qué el monopolio de la violencia en algunos periodos significaba milicos en las calles. Los diferentes levantamientos militares y la amenaza y presencia de los sectores militares actuaban como perpetuo recordatorio. En parte por esto, la importancia de algunos símbolos, que siempre son importantes, especialmente en contextos de revuelta; cuando la policía avanzó sobre las Madres de Plaza de Mayo aquel 20 de diciembre, se cruzó un límite dentro del corpus cultural de una sociedad que sentía de forma palpable las luchas post-dictadura. El fantasma de los milicos no era algo lejano; es así que cuando Fernando de la Rúa declara el Estado de Sitio, los diferentes sectores en lucha colisionan en el grito de que “al estado de sitio se lo meten en el culo”. Esa muestra de autoritarismo por parte de un gobierno debilitado no podía ser tolerada.

Luego del estallido, en los años posteriores, las Madres y Abuelas mantuvieron una presencia importante, y las marchas del 24 de marzo aglutinaban a los diferentes sectores sociales en lucha. Asambleas, fábricas ocupadas, estudiantes, etc., convergían en esas movilizaciones. El Falcon verde, que hoy se usa con mayor o menor seriedad como instrumento de amenaza o mal chiste, en una de las primeras movilizaciones por el 24 de marzo después del 2001, se presentó como una provocación en las calles aledañas a la marcha, junto a los móviles policiales como recordatorio de cuales eran los limites establecidos. 

Es cierto que, para algunas personas, esta contienda electoral estuvo marcada por las posiciones de Victoria Villarruel y su discurso vindicador de la “lucha contra la subversión”. Sin embargo, para la mayoría, estuvo marcada por la agenda económica. Lo urgente tuvo mucha más preponderancia que los discursos sobre la democracia. Esta nunca fue una elección de fascismo contra anti-fascismo. La mal llamada anti-política ha sido recuperada por el Estado. El estallido que vitoreaban las fuerzas del cielo no va a llevarse puesta a la casta, sino al electorado de ambos lados. La democracia sigue intacta.

Kratos

“Hoy hay un mandato popular muy profundo, encima liderado por los jovenes. Los jovenes no se van a quedar en casa si estos señores empiezan a tirar toneladas de piedras.” Mauricio Macri.

A pocos días de haber ganado las elecciones, Milei ha hecho declaraciones que buscan marcar la línea que finalmente tendrá su gobierno ahora que ha conseguido el poder. Asesorado por el antiguo ministro de Menem, Roberto Dromi, quien estuvo a cargo del plan de privatización de empresas estatales, el futuro presidente ha prometido privatizar toda empresa que pueda ser privatizada. Otra de sus promesas es la idea de un fuerte ajuste fiscal, donde no se gaste ni un peso más de lo que se recaude, sin importar las consecuencias que esta medida tendría en el bolsillo de los trabajadores. Esta idea no es nueva; como mucho de lo que se propone en estos días, es otro recuerdo del pasado, esta vez de la Ley de Déficit Cero. Promulgada en julio de 2001 y derogada el año siguiente, esta ley, impulsada por el Ministro de Economía Domingo Cavallo y apoyada por la Ministra de Trabajo Patricia Bullrich (quien firmó el decreto que recortaba el ingreso a jubilados y empleados públicos), fue defendida por De la Rúa. Parafraseando el eslogan de Margaret Thatcher (“no hay alternativa”), decía que “quien diga que hay otra alternativa, miente”. Una frase similar usaría años después Mauricio Macri al justificar los tarifazos: “Si hubiera habido una alternativa para tomar otra decisión, la hubiera tomado, pero no existía”. Un discurso parecido es el que tiene Milei en estos días, donde en su campaña del miedo promete que, si no se hace este ajuste, entonces mandaría al “90% de la población debajo de la línea de pobreza”. Palabras similares que se se repiten una y otra vez, y quienes pagamos el precio siempre somos los mismos.

El presidente electo promete exceder las metas del FMI y propone un ajuste de “shock” de 15 puntos del PBI. Para esto, busca frenar la obra pública poniendo en riesgo cientos de miles de puestos de trabajo y llevar adelante un programa de déficit cero. Sabemos cómo terminó esto en 2001; el estallido que se llevó puesto a Fernando de la Rúa fue resultado de estas mismas políticas. Esto no significa que vaya a haber una revuelta de tal magnitud durante el gobierno de Milei, ni mucho menos que no vaya a completar su término. El estallido de diciembre de 2001 no surgió de la nada, el ejercicio social de resistencia y protesta venía aceitándose desde los años de Menem. Los procesos sociales no son lineales; los gobiernos deciden cuánta conflictividad social pueden tener al momento de llevar adelante este tipo de medidas. Macri llevó adelante medidas destinadas a incrementar las arcas de unos pocos con el discurso del equilibrio fiscal, pero al mismo tiempo fortaleció las ayudas sociales para evitar tener su propia crisis de gobierno.

Si bien Milei plantea un ajuste brutal es probable que termine destinando mas recursos a planes sociales para mantener la gobernabilidad. La fachada de que el ajuste sería a “la política” es solo para mantener a sus seguidores obnubilados un tiempo más. Luego de la “guerra” contra la inflación que perdió Alberto Fernández, este nuevo gobierno busca enfriar la economía para poder detener la alta inflación. Esto implica menos dinero en circulación para reducir el consumo, sueldos por debajo de la línea de inflación y un aumento del desempleo. Todas estas son herramientas de la teoría económica clásica que, como componente esencial, requieren la sumisión del pueblo ante dichas medidas.

En su discurso la noche en que se declaró ganador del balotaje Milei ha sido claro en como lograr esa sumisión: “fuera de la ley nada”.Porque la protesta que tiene posibilidades de lograr cambios reales siempre está fuera de la ley; los encuentros de poesía militante poco pueden hacer para rechazar una norma que se está votando en el Congreso. Las plazas culturales para “resistir con aguante” poco pueden lograr frente a la represión y la cárcel. El pueblo no necesita prepararse para aprender cómo enfrentar a las fuerzas del Estado; es solo una ecuación que toma como variable el número de personas dispuestas a enfrentarse físicamente en contienda con quienes detentan el monopolio de la violencia. Si los números son los apropiados, los métodos se aprenden rápidamente en el calor de la revuelta. Pero la resistencia no puede quedarse en el compromiso de reaccionar una vez que se imponga una medida. La reacción no es suficiente, es llegar tarde.

Tanto luego del balotaje como de la primera vuelta, las reacciones de los núcleos duros han sido las mismas: el desprecio a las clases empobrecidas por su voto. Cuando una mayoría eligió a Massa, los liberales libertarios no perdieron tiempo en insultar de todas las formas posibles a quienes veían como culpables de la derrota, inventando un arquetipo de “persona del conurbano” a quien criticar. Algo similar ocurre en estos días con el núcleo progresista y la idea de que ahora los que tengan que salir a “resistir” deben ser los que votaron a Milei, o que no esperen ayudas del Estado si lo habían votado. En ambos casos, quienes se creen parte de las clases acomodadas de este país entienden la democracia como el uso de las grandes masas de gente a su favor, y nada más. Ya sea en las urnas o aguantándose los palazos en las calles.

Aletheia

“Jamas voy a trabajar para los parasitos de la casta política y que si así no lo hago que me lo demanden directamente apedreándome.” Javier Milei.

Los discursos que se vienen repitiendo y las personas que aparecen en el armado político del nuevo gobierno no hacen más que evocar los recuerdos del gobierno menemista y los artífices de la crisis del 2001. Irónicamente, los actos de campaña y los festejos por la victoria de Milei estaban acompañados por una performance reminiscente de los tiempos de la crisis, con el público coreando “que se vayan todos” junto a toda esa casta histórica de políticos que acompañan al nuevo presidente.

El nuevo gobierno, si bien no tiene mayorías en las cámaras, va a conseguir apoyos políticos, sindicales e incluso de movimientos sociales, porque eso es la política. Los gobernadores, cuyos electorados votaron mayoritariamente por la fórmula Milei-Villarruel, van a tener que negociar, ya que lo que está en juego son sus puestos de poder. La oposición solo va a preocuparse en si logra una mayor o menor cantidad de bancas en las próximas elecciones dentro de dos años; cómo llegaremos a ese futuro es incierto. Lo que es seguro es que la política se extiende a través de nuevos territorios. La política se abre camino.

Una crónica del 20 de diciembre de 2001 relataba cómo dos mujeres mayores salieron a protestar en medio del caos. Ante la pregunta de una periodista, que buscaba entender por qué habían salido, respondieron: “¡Porque tengo sangre en las venas! ¡Porque no nos vamos a quedar mirando la tele, hay que poner el cuerpo!”. Esperemos poder organizarnos, poder desarrollar la solidaridad y la acción. Pero, sobre todo, esperemos tener sangre en las venas sin ser carne de cañon de la política; ni de la liberal libertaria ni de la nacional y popular.