“Lo que hay que hacer frente a eso (la represión) es no dejarse hacer bullying. Hay que enfrentarlo, hay que enfrentarlo a lo Gandhi, poniendo el cuerpo. Si tenés que cobrar, cobra. No lastimes a otra persona; no lastimes a otro ser humano.” Juan Grabois sobre los hechos del 12 de junio.

“Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” Apocalipsis 3:16, La Biblia.

No entendemos la protesta como un derecho, sino como una necesidad. No nos interesa si es constitucional o no el hecho de declarar nuestra existencia como seres humanos con la suficiente dignidad para levantar nuestra voz o nuestros brazos. No vemos la represión por parte de las fuerzas del Estado como una anomalía, sino como la razón de su existencia. Tampoco creemos que se tenga que responder con flores a la violencia del Estado.

Más de una decena de personas se encuentran detenidas en penales federales, fruto de la cacería desatada durante la sesión por la Ley Bases. Toda detención es arbitraria, y al mismo tiempo, ninguna lo es.

La ley

La aprobación de la Ley Bases en el Senado no debería sorprender a nadie. De hecho, se conocieron algunas de las concesiones otorgadas a cada funcionario antes de la votación; sin embargo, el show continuó con una procesión de palabras vacías que se extendió hasta la madrugada. Afuera, una convocatoria mucho más reducida que las últimas movilizaciones por la defensa de las universidades o el pasado 24 de marzo tuvo lugar desde temprano.

Desde las primeras horas, el operativo de la ministra Bullrich inundó las calles con las distintas fuerzas de seguridad que, apenas pasado el mediodía, ya provocaban con gas a quienes manifestaban cerca de las vallas. Incluso un grupo de diputados fue atacado por la policía; es difícil saber si el uniformado en cuestión sabía de quién se trataba. Más tarde, usaron carros hidrantes para apagar pequeños fuegos en la calle, lo que provocó que comenzaran a volar piedras y palos. La policía respondió primero con agua, y luego con balas de goma y gases lacrimógenos. Un gran grupo de personas, con las caras tapadas con remeras, trapos o barbijos, vitoreaba y participaba del enfrentamiento.

La potencia y cantidad de los gases lograron hacer retroceder al grueso de este grupo. Algunas personas voltearon un auto de un medio de comunicación y otros lo incendiaron. En ese momento, las fuerzas del Estado todavía se encontraban detrás del vallado, a unos ochenta metros del automóvil en cuestión.

Hacemos esta descripción porque se está llevando a cabo una operación mediática que busca cambiar la realidad de los hechos para ajustarlos mejor a una narrativa propia. Desde los medios alineados a un sector del peronismo, con Página12 a la cabeza, hasta la izquierda electoralista con Izquierda Diario, y parte de quienes se autoperciben como medios independientes, se lleva adelante una campaña de criminalización contra quienes participaron en este conflicto. El discurso de que existen infiltrados en las manifestaciones provocando destrozos se populariza para marcar la diferencia entre los ciudadanos de bien que cumplen con las leyes y los violentos que cometen el desleal acto de atacar a los funcionarios policiales. Las evidencias presentadas son solo recortes, conjeturas y noticias falsas.

La calle

En el año 2022, mientras el Congreso debatía el acuerdo con el FMI, afuera se lanzaban piedras, se incendiaban contenedores y se tiraban bombas molotov a la policía. Si miramos años atrás, vamos a encontrar situaciones similares, hasta llegar a las famosas “catorce toneladas de piedras”, donde en las calles aledañas se cruzaban contenedores y vehículos para evitar el avance de la policía. En ninguno de estos hechos había policías infiltrados ocasionando disturbios.

A fines de 2023, a días de las elecciones, durante una actividad anti-electoral, se desató una represión en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires. Los policías redujeron a varias personas, entre ellas a Facundo Morales. Facundo murió con un “funcionario” que colocaba todo su peso sobre él. Es difícil llamar a una acción de ese tipo de otra forma que no sea asesinato; Facundo no perdió la vida, se la arrebataron las fuerzas del Estado.

Un día después de su muerte, en una concentración por este caso, un grupo pequeño atacó el centro de monitoreo de la Policía de la Ciudad. Algunos medios como Página12 (siempre Página) dijeron que eran infiltrados; no lo eran. Es curioso que incluso en una situación como esta, la respuesta automática sea que tienen que ser infiltrados. No se considera la posibilidad de reconocer el dolor y la bronca que un hecho como este puede ocasionar.

Pero no sorprende, este cuento sobre infiltrados gozo de popularidad en 2017 cuando mataron a un compañero anarquista. Ante cada acción por la aparición de Santiago Maldonado se respondía que debía haber sido perpetrada por infiltrados. No cabía en el imaginario nacional y popular que existiera gente que no pretendiera hacer política con la muerte.

Un mes después de la desaparición de Lechu, La Izquierda Diario publicó lo siguiente: “Aunque no dudamos de que hay jóvenes que en todo el país quieren descargar su bronca contra la policía, la repentina existencia de ‘ataques’ coordinados en todo el país en las últimas semanas hace sospechar que como mínimo existe un accionar de provocaciones del Gobierno y de los servicios de inteligencia.”

Para aclararle a este medio, no solo hubo ataques en todo el país, también en varios otros países. Solo un mes después, un gran número de compas anarquistas atacaron la Embajada Argentina en Chile. La solidaridad ácrata y el dolor compartido no reconocen fronteras.

No podemos olvidar al diputado Leopoldo Moreau levantando una foto y mintiendo descaradamente sobre un grupo de personas que estaban “todos vestidos de negro para simular que son anarquistas”, llamándoles policías e inventando nombres. Tampoco olvidamos el patético despliegue del PTS cuando rodearon las vallas alrededor de la Catedral frente a Plaza de Mayo para defender a la policía del fuego y las piedras. Mientras esto pasaba, el cuerpo del Lechu esperaba en una morgue.

El orden

Cada día, a cada hora, hay una agenda que busca imponerse desde algún bando de la política. Se busca interpretar cada recorte de la realidad a conveniencia de uno u otro sector. Hoy, la izquierda, tan necesitada de validación social, intenta por todos los medios presentarse como un movimiento democrático y pacífico. Al mismo tiempo, junto con el peronismo progre, hablan de que Milei es “la” dictadura, que hay que echarlo y se llenan la boca de discursos combativos. Palabras.

A veces nos preguntamos cómo pudo existir tanta complicidad civil durante la última dictadura militar, pero acá vemos claramente el accionar de grupos que definen quiénes son culpables e inocentes según sus propias especulaciones. Existe un constante pedido de prisión para los “delincuentes” desde cada lado del espectro, ya sea Eduardo Feinmann o Revista Cítrica. Ambos llaman a detener a quienes prendieron fuego un auto o causaron disturbios. No hay grieta en esta oda a la ley y el orden.

No siempre fue así. Hemos estado lado a lado con muchos militantes de esa izquierda. Hemos mantenido a raya a los policías, sostenido tomas en lugares de trabajo y esperado la libertad fuera y dentro de las comisarías. Hoy parecen apostar por el juego de las redes y los petitorios. Nunca se logró nada firmando petitorios. No se llamarían conquistas si el poder entregase derechos pidiéndolos de forma amable; cada mejora en nuestras vidas es fruto del conflicto directo con quienes tienen todo y no quieren entregar ni lo mínimo.

Pero entendemos que nada es totalmente blanco o negro; existen grises, y es en esos grises donde vivimos la mayor parte del tiempo. No estamos diciendo cómo deben ser las cosas, no tenemos recetas, ni esperamos con estas palabras tener una visión compartida sobre lo que es posible o no. Cada momento es particular y requiere su propio análisis. Es válido decir que “se hace el juego”, “se es funcional”, o que “no estaba pactado”; todos los argumentos son válidos. Lo que no puede dejarse pasar es acusar a personas de ser policías. Las cosas que pasan cuando la policía avanza, provoca, ataca, no están en manos de las organizaciones políticas ni sociales, y mucho menos de los anarquistas. Es, sencillamente, la humanidad que aflora y se defiende, como ha ocurrido en cada periodo de la historia.

La carcel

En toda movilización hay policías de civil que hacen inteligencia, marcan gente y sacan fotos que comparten en sus grupos de WhatsApp para informar lo que está pasando en los lugares donde los uniformados no pueden llegar. Esto es muy distinto de lo que se entiende como un “agente provocador”, alguien cuya única función es provocar el conflicto para justificar la represión. La realidad en estas tierras es que ese tipo de estrategias son de poca utilidad. Hay grupos que van preparados para “pincharla”, pero también hay poca tolerancia al accionar policial. Si esto es bueno, malo, mejor o peor es indiferente; el punto es que la realidad debería importar al menos un poco a la hora de hablar, porque en el futuro va a haber mas represión, más gente presa y condenas más largas.

Este no es un debate sobre si usar o no la violencia, sino sobre entender que los métodos de autodefensa, como las capuchas, las barricadas, las piedras y palos que permiten la retirada, son herramientas que no pueden ser descartadas sin un debate serio sobre cuándo es necesario cada una. Denostar estas herramientas, haciéndolas pasar como acciones del Estado, pone en riesgo la libertad y las vidas de quienes se manifiestan.

La realidad es que la policía no necesita excusas para reprimir ni para detener gente. La inocencia, los estudios, la profesión, etc., de los detenidos solo importan a la hora de demostrar arraigo o negociar una probation. Cuando se pone tanto el foco en que los detenidos son argentinos de bien, se termina justificando quiénes deberían estar en prisión. No nos importa el grado de culpabilidad o inocencia de cada quien, ni sus títulos universitarios o qué tan buenas personas son para la sociedad. Queremos su libertad.

A pesar de lo que digan los periodistas y sabiondos digitales, encapuchados de esos que el ciudadano progre gusta llamar “infiltrados” caen presos. Algunos pasan largo tiempo en esos centros de tortura que llamamos cárceles, olvidados por la mayor parte del “campo popular” que en su momento quizás pidió su libertad. Cuando las cámaras se apagan y las redes hablan de otras cosas, los presos dejan de servir políticamente. Es por eso que entendemos lo que están pasando las familias, amistades y personas cercanas de quienes están en prisión. Organizar la solidaridad, la lucha y buscar en la potencialidad creativa las formas de resistencia a otro nuevo periodo de miserias que se avecina, es vital. Este gobierno no teme actuar, no le preocupa apostar su capital político en cada jugada y gana mucho más de lo que pierde al repartir palos y condenas de prisión. Que haya sectores de la oposición que prefieran fingir demencia, acusando a la gente de infiltrados por no seguir sus lineamientos, puede ser un camino de no retorno.

Esto no está en nuestras manos, ni en las manos de nadie. La vida, la rebelión, siempre encuentra un camino. Como dijera Marcelo Villarroel, un compañero que continúa secuestrado en una prisión del otro lado de la cordillera, “mientras exista miseria, habrá rebelión”.